Cecilia Podestá una de las voces más interesantes de la poesía peruana contemporánea.

CECILIA PODESTÁ. Ayacucho, Perú, 1981. Estudió literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado los poemarios Fotografías Escritas (Premio Dedo Crítico Poesía 2002), La Primera Anunciación (Ajos y Zafiros Lima,2006.) (Felicita Cartonera, Paraguay 2010) (2012 ediciones, México 2011), Muro de Carne (plaquett)Desaparecida (libro de intervención, expuesto en el MAC Lima Perú, Feria del libro de Panamá, Casa de la Memoria en Valdibia Chile, Facultad de letras de la UNMSM). Ha publicado también Vía Crusis en Chepén (Las catorce estaciones del Cristo), la pieza dramática Las Mujeres de la Caja (Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, serie Nueva Universidad) y el libro de cuentos De cabeza sobre el pasto amarillo. Ha estrenado bajo su dirección escénica, Las Mujeres de la Caja (2003) y Placebo (VII Festival de teatro peruano norteamericano. 2004). También La Repisa de los Juguetes Vacíos (como actriz por primera y última vez.) Dirigió el proyecto Virgen de Legrado (intervención 2011) censurado en la bienal de arte Siart La Paz 2011. Dirige el sello editorial Tranvías Editores y se dedica a la prensa escrita.

Algunos de sus poemas

día 8
mi cuerpo tropieza con la muerte
y es rechazado como una mujer impura.
tengo ahora la sonrisa de un animal
que padece el veneno prolongado de sus captores.
mi cuerpo, que está tendido ahora, casi inmóvil,
ha sido tocado por las manos de las que nacerán los
huérfanos
y por las que cantan como gritos
las bocas de todos los hombres
de este encierro.

soy una carne destruida, de hábitos aturdidos, de
ruegos inútiles, vacía.
¿seré una carne sin alma cuando haya perdido la fe?

no llega a mí el final que se tiende oscuro sobre mis
párpados.
(somos cuerpos sentados en un trono miserable para
ser mutilados)

sólo viene el canto desesperado de cada hombre
vencido.
canto que va destruyendo mis días, mis recuerdos y
mi fe.
canto que destruye sus días, sus recuerdos y su fe.

día 13

las manos de mi madre y su tosca vejez…

su olor, su voz… cada uno de sus rezos
sus manos sosteniendo en un rosario toda la fe…

la escupieron y golpearon
porque inútilmente trató de detenerlos cuando me
llevaban y me acusaban.
ella me busca
y sabe que en algún lugar oscuro
cuando nadie se me acerca
me toco la cara y trato de sentir en mis manos, el olor
de su vejez.

no puedo ahora tocar su piel que guarda las línea^gm
atravesadas de todo un clan que comenzó en su
vientre y entre sus piernas cuando aún era una
muchachita asustada de complacer a un hombre.
no puedo siquiera tocar sus arrugas y calmarla con mi
voz.

no sé de mis hermanos
no sé si estarán presos como yo
o consolando la desesperación de mi madre que
puede escuchar el sonido de mis huesos
y oler el fuego que arrojan sobre mi carne.

día 20

mis pies reciben ahora la orina que se desliza por mis
piernas, estoy aterrada, veo a la mujer con la que
comparto esta celda caer con violencia sobre el suelo
para matar al hijo de cada uno del que nos tocó, el
hijo de una patria tan distinta a la nuestra… hijos o
pobres bastardos por los que pocas, sentirán amor.

ella no quiere escuchar su llanto como nuestro coro
miserable.
ha descubierto en el crimen, un acto de amor.

y yo siento que mi alma cae entre mis piernas y se
hace un charco de orín junto al de ella.
Correccional

I

Compartimos el hedor de nuestras almas

y cuando hizo falta

un algodón bañado en aceite negro

porque quemaron nuestra piel.

Fuimos temeros del ruido

sospechamos de cada silencio,

de la luz del día

tan amarilla como la locura desteñida

que salía por nuestras bocas

despertando el castigo

y ratas amables

por las que supimos que la noche era un miserable rincón

que sólo las escondía a ellas.

Fui uno de ellos y el Señor lo sabe

Fui uno de los muchachos que creció

alumbrado entre los pasadizos

por las luces que se colaban desde la calle

y saltaban a nuestras caras a pesar de las ventanas y falsos barrotes

del albergue de San Miguel,

-casa de menores-

II

Cuando tuve trece años me llamaron asesino.

Mi madre no lloró por mí.

Solo las más feas, las más usadas e infelices mujeres

lloraron por mi acto tan puro.

El que dicen que fue mi padre

se encerró dos días con una pistola vacía

a pegar la lengua en las paredes de una vaso roto.

Deseaba que una bala lo salve de la caricia de su niño asesino

y acabe con su piel grasienta

y movimientos inútiles

sobre mujeres inútiles también.

Quedó a solas con la misma pistola

con la que penetraba a las putas que se hicieron hermanas en el hambre.

Las amenazaba con disparar en el centro exacto de su cuerpo

el ángulo perfecto de su miseria

y quemar las entrañas

que recibieron hijos, clientes, pinzas e infecciones.

III

Mi madre era otra puta miserable

que llenó mi estómago con dedicación.

Dio el olor que dejaban bajo las colchas perfumadas a mi infancia

e hizo de sus gemidos una nausea carraspeando

iguales a la del hombre que me maldice y penetra

acostumbrado a dejar su baba en mí.

y la breve luz de cuando la puerta entreabre.

Cuando termina

esconde los dientes

saciado

se limpia con descuido

sube sus pantalones

y se pierde entre los pasadizos

exhausto

aun con el temblor y el pálpito

con el goce

sin delito

IV

La llamaron Clara.

Era la segunda vez que se escuchaba el llanto de uno de los hijos del burdel.

Todos los otros habían sido enterrados antes de nacer

pero la tierra que los poseía era corrupta

y el perfecto umbral al infierno

en el que Clara y yo debimos desaparecer

En cambio a eso fuimos abrigados por esas colchas

apenas humedecidas

Y donde las mujeres reunían agua para lavar sus piernas

Lloró Clara por última vez

Asintiendo mi corazón,

y aceptando el agua

como manos que la recibían.

Presencia Cultural : 13.12.2013 Entrevista a la escritora Cecilia Podestá

 

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