«Si te vieras con mis ojos»: Carlos Franz

Carlos Franz

Hijo del diplomático Carlos Franz Núñez y la actriz de teatro Miriam Thorud Oliva, Carlos Franz nació en Ginebra, donde su padre se encontraba destinado. A los once años, luego de vivir en Argentina, llega a residir en Chile.

Franz estudió Derecho en la Universidad de Chile (1976-1981) y se recibió de abogado en 1983, carrera que abandonó cuatro años más tarde para dedicarse a la literatura. Entre 1981 y 1983 asistió al taller literario de José Donoso.

Ha publicado las novelas Santiago Cero (1990; Premio latinoamericano de novela CICLA, en 1988); El lugar donde estuvo el Paraíso (1996) —llevada al cine en 2002 por el español Gerardo Herrero con la actuación del argentino Federico Luppi en el papel principal—;1 El desierto (2005; Premio Internacional de Novela del diario La Nación de Buenos Aires); y Almuerzo de vampiros (2007; Premio Consejo Nacional del Libro de Chile).

Algunas de esas novelas han sido traducidas a diversos idiomas (inglés, alemán, francés, italiano, holandés, portugués, finés, polaco, rumano y chino).

Además de la novela ha cultivado el cuento (su recopilación La prisionera, 2008, obtuvo el premio del Consejo Nacional del Libro de Chile, en 2005) y el ensayo (el volumen La muralla enterrada, 2001, ganó el Municipal de Santiago 2002).

Colabora con el diario El País, La Nación, la red de periódicos regionales de El Mercurio y La Segunda, la revista Letras Libres, entre otros medios.

En 2000 obtuvo la beca DAAD como artista en residencia en Berlín. Ha sido visiting fellow en la Universidad de Cambridge (2001); Honorary Research Fellow en King’s College de la Universidad de Londres (2002-2004); ha impartido la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara (2010); y ha sido resident fellow en el Bellagio Center de la Fundación Rockefeller (2012), entre otras distinciones.

Franz fue agregado cultural de Chile en España (2006-2010), la Biblioteca Virtual Cervantes le ha dedicado una Biblioteca de Autor y en 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, donde ocupa el sillón n.º8.2

Su obra ha sido elogiada por presitigiosos autores. Así, Mario Vargas Llosa escribió que “en El desierto, Carlos Franz cuenta una historia fascinante que es, al mismo tiempo, un buceo en las profundidades de la crueldad y la compasión humanas, y en la violencia histórica. Escrita y construida con mano maestra, es una de las novelas más originales que haya producido la literatura latinoamericana moderna”.3 Carlos Fuentes se refirió a él como a «una voz nueva, poderosa, creativa y comprometida con la palabra» y sobre Almuerzo de vampiros comentó que «da origen a formas de narrar absolutamente únicas, independientes y creativas».4

Memoria Chilena lo define como un escritor que «posee un gran manejo estilístico, el que queda puesto al servicio de narraciones generalmente vinculadas al dolor, el destierro y el viaje, así como a una revisión del período de transición a la democracia despojada del tono testimonial que tiñe muchas obras con similar temática».

Libros
Santiago cero, novela, 1988
El lugar donde estuvo el Paraíso, novela, 1996
La muralla enterrada. Santiago, ciudad imaginaria, ensayo, 2001
El desierto, novela, 2005
Almuerzo de vampiros, Madrid, 2007
La prisionera, cuentos, Santiago, 2008
Alejandra Magna, relato; edición ilustrada y bilingüe español e inglés (traducción de Jonathan Blitzer), Ediciones del Centro, Madrid, 2011
Si te vieras con mis ojos, novela; Editorial Alfaguara, 2015
Premios y reconocimientos
Premio Latinoamericano de Novela CICLA 1988 por Santiago Cero
Primer Finalista Premio Planeta Argentina 1996 por El lugar donde estuvo el paraíso
Finalista del Premio Altazor 2002 con La muralla enterrada
Premio Municipal de Santiago 2002 por La muralla enterrada
Premio del Consejo Nacional del Libro de Chile 2005, categoría de cuentos inéditos, por La prisionera
Finalista del Premio Altazor 2006 con El desierto
Premio Internacional de Novela La Nación-Sudamericana por El desierto
Artista en Residencia en Berlín con la beca DAAD 2000-2001
Visiting Fellow, University of Cambridge (2001)
Cátedra Julio Cortázar, Universidad de Guadalajara (2010)
Resident Fellow, Bellagio Center, Rockefeller Foundation (2012)
Miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua (2013)
Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa con Si te vieras con mis ojos

 

La más reciente publicación de este reconocido novelista, ahonda en los amores prohibidos de Mauricio Rugendas por la escritora chilena Carmen Arriagada, entremezclando sus destinos con las expediciones y aventuras de Charles Darwin.

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En Si te vieras con mis ojos, del sello Alfaguara, Carlos Franz despliega por primera vez su literatura en el pasado lejano. Este encuentro histórico entre los tres intelectuales, Rugendas, Darwin y Arriagada, se desarrolla con la profundidad propia de la novela, ahondando en las diversas formas del amor y de la aventura, en un escenario rico en descripciones del paisaje y de la sociedad chilena de mediados del siglo XIX.

Mientras el pintor alemán Mauricio Rugendas recorría Latinoamérica retratando paisajes, Charles Darwin hacía lo mismo, pero desde la investigación científica; ambos cruzaron rumbos en Chile. Carlos Franz novela este encuentro en una entretenida y apasionada historia de amores prohibidos por parte de Rugendas y Darwin por la escritora casada Carmen Arriagada.

En la descripción de estas pasiones, Franz desarrolla un juego de espejos entre los amores ?institucionales? y los amores prohibidos, además, contrastando la mirada apasionada del científico evolucionista Charles Darwin, con la visión amorosa del artista y reconocido paisajista, Mauricio Rugendas.

El amor de Rugendas por Carmen Arriagada ha sido documentado en las cartas que se enviaron ambos, no obstante, en esta novela Carlos Franz pone la historia al servicio de la ficción al entremezclar estas pasiones con las expediciones de Darwin en Chile.

Como explicó el escritor chileno al diario El Mercurio, ?En Si te vieras con mis ojos, lo histórico está al servicio de la ficción, y no al revés? y es justamente su incorporación del científico Charles Darwin a la historia de amores prohibidos entre Rugendas y Arriagada, la que aporta el fuerte componente de aventuras a esta novela, además, permitiéndole profundizar en distintas miradas, desde el arte y desde la ciencia, de la pasión y de Chile en la época decimonónica.

Entrevista a Carlos Franz

 

«El señor Presidente» de Miguel Ángel Asturias.

Miguel Ángel Asturias Rosales (Ciudad de Guatemala, 19 de octubre de 1899 – Madrid, 9 de junio de 1974) fue un escritor, periodista y diplomático guatemalteco que contribuyó al desarrollo de la literatura latinoamericana, influyó en la cultura occidental y, al mismo tiempo, llamó la atención sobre la importancia de las culturas indígenas, especialmente las de su país natal, Guatemala.

Aunque Asturias nació y se crio en Guatemala, vivió una parte importante de su vida adulta en el extranjero.1 Durante su primera estancia en París, en la década de los años 1920, estudió antropología y mitología indígena.2 Algunos científicos lo consideran el primer novelista latinoamericano en mostrar cómo el estudio de la antropología y de la lingüística podía influir en la literatura. En París, Asturias también se asoció con el movimiento surrealista. Se le atribuye la introducción de muchas características del estilo modernista en las letras latinoamericanas. Como tal, fue un importante precursor del boom latinoamericano de los años 1960 y 1970.

En El señor presidente, una de sus novelas más famosas, Asturias describe la vida bajo la dictadura despiadada de Manuel Estrada Cabrera, quien gobernó en Guatemala entre 1898 y 1920. Su oposición pública a la tiranía lo llevó al exilio, por lo que tuvo que pasar gran parte de su vida en el extranjero, sobre todo en América del Sur y Europa. La novela Hombres de maíz, que se describe a veces como su obra maestra, es una defensa de la cultura maya. Asturias sintetiza su amplio conocimiento de las creencias mayas con sus convicciones políticas para canalizar ambas hacia una vida de compromiso y solidaridad. Su obra es a menudo identificada con las aspiraciones sociales y morales de la población guatemalteca.

Tras décadas de exilio y marginación, Asturias finalmente obtuvo amplio reconocimiento en los años 1960. En 1965 ganó el Premio Lenin de la Paz de la Unión Soviética. Luego en 1967 recibió el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose así en el tercer autor americano no estadounidense en recibir este honor —tras Gabriela Mistral en 1945 y Saint-John Perse en 1960— y el segundo latinoamericano. Asturias pasó sus últimos años en Madrid, donde murió a la edad de 74 años. Fue enterrado en el cementerio de Père Lachaise en París.

El señor presidente, una de las novelas más aclamadas de Asturias, se completó en 1933 pero permaneció inédita hasta 1946, cuando salió en México como publicación privada. Como uno de sus primeros trabajos, El señor presidente mostró el talento de Asturias y su influencia como novelista. Zimmerman y Rojas describen su obra como una «denuncia apasionada contra el dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera».La novela fue escrita durante el exilio de Asturias, en París.Durante la realización de la novela, Asturias se asociaba con los miembros del movimiento surrealista, así como con otros futuros escritores de América Latina, tales como Arturo Uslar Pietri y el cubano Alejo Carpentier. El señor presidente es una de muchas novelas que exploran la vida bajo un dictador de América Latina y, de hecho, ha sido proclamada por algunos como la primera novela real, a explorar el tema de la dictadura. El libro también ha sido llamado un estudio del miedo, porque el miedo es el clima en el que se desarrolla.

El señor presidente utiliza técnicas surrealistas y refleja la idea de Asturias que la conciencia irracional de la realidad de los indígenas es una expresión de fuerzas subconscientes. Aunque el autor nunca especifica el lugar donde la novela tiene lugar, es evidente que el argumento se ve influenciado por el gobierno del presidente y dictador guatemalteco, Manuel Estrada Cabrera. La novela de Asturias examina la forma en que el mal se extiende hacia abajo desde un poderoso líder político, por las calles y en las casas de los ciudadanos. Muchos temas, como la justicia y el amor, son objeto de burla en la novela, y escapar de la tiranía del dictador es aparentemente imposible. Cada personaje en la novela se ve profundamente afectado por la dictadura y debe luchar para sobrevivir en una realidad aterradora. La historia comienza con la muerte accidental de un alto funcionario, el coronel Parrales Sonriente. El presidente utiliza la muerte del coronel para deshacerse de dos hombres, cuando se decide a implicarles en el asesinato. Las tácticas del presidente son vistas como sádicas, ya que cree que su palabra es la ley que nadie debe de cuestionar.La novela entonces acompaña a varios personajes, algunos cercanos al presidente y otros que buscan escapar de su régimen. El consejero de confianza del dictador, a quien el lector conoce como «Cara de ángel», se enamora de Camila, la hija del general Canales. Bajo la orden directa del presidente, Cara de ángel convence al general Canales que una fuga inmediata es imprescindible. Desafortunadamente, el general es uno de los dos hombres que el presidente está tratando de implicar por asesinato; el propósito del presidente es que general Canales parezca culpable al ser baleado mientras huía. Mientras que el general es perseguido para su ejecución, su hija está bajo arresto domiciliario por Cara de ángel. Cara de ángel se ve atrapado entre su amor por Camila y su deber ante el presidente. Aunque el dictador nunca se nombra en la obra, tiene similitudes inequívocas con Manuel Estrada Cabrera.

En 1974, el dramaturgo Hugo Carrillo adaptó El señor presidente en una obra de teatro.

Legado
Después de su muerte en 1974, el gobierno reconoció su contribución a la literatura guatemalteca mediante la creación de premios literarios y becas en su nombre. Uno de ellos es el premio literario más distinguido del país, el Premio Nacional de Literatura «Miguel Ángel Asturias». Además, en su honor el teatro nacional de la Ciudad de Guatemala, el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, lleva su nombre.

Asturias es recordado como un hombre que creía firmemente en el reconocimiento de la cultura indígena en Guatemala. En las palabras de Gerald Martin, Asturias es uno de los «escritores ABC» —Asturias, Borges, Carpentier— quienes, según Martin, «realmente iniciaron el modernismo latinoamericano». Por su experimentación con estilo y lenguaje, algunos científicos lo consideran un precursor del realismo mágico.

Los críticos comparan su obra de ficción a la de Franz Kafka, James Joyce y William Faulkner por su uso del estilo de «corriente de la conciencia». Su obra ha sido traducida en numerosos idiomas, incluyendo inglés, francés, alemán, sueco, italiano, portugués, ruso y muchos más.

Obras de Miguel Ángel Austrias

1. El problema social del indio
2. Arquitectura de la vida nueva
3. Rayito de estrella
4. Leyendas de Guatemala
5. Emulo Lipolidón
6. Sonetos
7. Alclasán
8. Con el rehén en los dientes
9. Anoche 10 de marzo de 1543
10. El señor Presidente
11. Sien de alondra
12. Hombres de maíz
13. Viento fuerte
14. Ejercicios poéticos en forma de soneto sobre temas de Horacio
15. Alto es el Sur
16. Carta aérea a mis amigos de América
17. El papa verde
18. Bolívar
19. Week-end en Guatemala
20. Saluna
21. La audiencia de los confines
22. Nombre custodio e imagen pasajera
23. Juan Ramón Molina, antología
24. Los ojos de los enterrados
25. Poesía precolombina
26. El alhajadito
27. Mulata de tal
28. Páginas de Rubén Darío
29. Chantaje
30. Dique seco
31. El rey de la altanería
32. Rumanía en su nueva imagen
33. Clarivigilia primaveral
34. El espejo de Lida Sal
35. Latinoamérica y otros ensayos
36. Maladrón
37. Tres de cuatro soles
38. Viernes de Dolores
39. América, fábula de fábulas y otros ensayos

Miguel Ángel Asturias – Los Escritores de Latinoamérica

 

Miguel Ángel Asturias – La Disciplina al Escribir

 

«La sonámbula»: Bibiana Camacho.

La escritora y exbailarina mexicana Bibiana Camacho, quien forma parte del Sistema Nacional de Creadores del Fonca, es autora de la novela Tras las huellas de mi olvido y de los libros de cuentos Tu ropa en mi armario y La sonámbula (este último, publicado por la editorial Almadía).

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Bibiana Camacho traza una línea delgada entre realidad y ficción en una obra conformada por catorce cuentos en los que sus personajes deambulan en una monotonía supuestamente infranqueable.

Los cuentos de Bibiana presentan símbolos a través de los cuales lo físico es la representación de lo emocional, en un revestimiento de moral y perversión. Los catorce cuentos no mantienen una relación directa entre sí: son historias elegidas al azar de pobladores de una realidad supuesta como normal, pero que muta y deja ver las deficiencias de un mundo quebrantado por desórdenes mentales, sociales e incluso económicos.

Para iniciar el libro aparece el cuento “La criatura”, una historia de una pareja de ancianos que un día de tormenta recibieron la llegada de una criatura extraña y misteriosa (metáfora en forma de insecto), quien distorsiona el sentido de las cosas, dejando al descubierto una relación basada en la soledad y en la codependencia.

Otro cuento donde la metáfora se hace presente es en “La casa propia”, que relata la adquisición de una casa vieja y descuidada por parte de un matrimonio, quienes invierten tiempo y dinero en remodelarla para habitarla, mientras duermen en el sótano. La casa embellece a la vez que ellos, cada vez más viejos, cansados y endeudados.

Cuando la casa está lista para habitarla, los protagonistas deciden no hacerlo; siguen aislados por sus propios males, abajo para no trastocar su belleza, interrumpida solo por una mancha que persiste en el techo, símbolo de la otredad.

Al hablar de otredad, es necesario recurrir al cuento “La otra”, en el que Camacho expone a una mujer frente al espejo (el artículo más despiadado según Borges) para no encontrarse o no gustar de lo que se encuentra, pues no se reconoce. Es otro rostro el que aparece: el que la vida y su lacerante cotidianidad ha modificado, pues “uno no se ve mientras vive”, dice la protagonista.

La alteridad surge cuando su imagen habitual vuelve: su rostro es el de antes. Entonces ¿quién es la otra? Los cambios físicos son solamente el reflejo de los emocionales: brotan, hacen aparición, piden de alguna forma ser reconocidos.

Seres depresivos, insatisfechos, infelices, locos, solitarios y vagabundos conforman el mundo literario de La sonámbula en los cuentos “La criatura”, “El ciego”, “Fuego”, “Las sogas”, “La casa propia”, “La venganza de Urbano”, “La otra”, “Nada que ofrecer”, “La enterradora”, “Rodo en casa”, “El hombre de piedra”, “El regreso de Irene”, “El amuleto” y “La sonámbula”; pero son los mismos seres que se encuentran en las calles del mundo actual, vejado por la posmodernidad y sus desvaríos.

Bibiana Camacho muestra una realidad con tintes fantásticos donde las relaciones humanas son mancilladas y modificadas con facilidad. Opresión en un mundo basado en el poder y la moral, que ante cualquier pequeña muestra de cambio en la sobrevivencia humana desencadenará en locura, la verdadera cara del ser.

La sonámbula: el ser que deambula entre realidad y ficción teme ser despertado.

 

PERFIL
La narradora

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Bibiana Camacho (Ciudad de México, 1974) es ex bailarina, editora, traductora y encuadernadora artesanal. Ha colaborado en medios impresos como Día Siete, La Tempestad, El Puro Cuento, Generación, Replicante, Laberinto, entre otros. Fue becaria del Programa Jóvenes Creadores del fonca, generación 2008-2009, y es miembro del Sistema Nacional de Creadores del Arte desde 2012. Obtuvo una mención honorífica en el concurso nacional de Primera Novela Juan Rulfo convocado por el inba en 2007 por Tras las huellas de mi olvido (Almadía, 2010) y con esta novela fue finalista del Premio Antonin Artaud 2010. Publicó la colección de cuentos Tu ropa en mi armario (2010). Cuentos suyos están incluidos en las antologías Ciudad fantasma (Almadía) y Avisos clasificados, ambas aparecidas en 2013. Actualmente es asistente editorial y guionista del programa televisivo “La otra aventura”, dirigido por el escritor Rafael Pérez Gay y transmitido por Canal 40.

 

¨Aquiles o el guerrillero y el asesino, la novela póstuma de Carlos Fuentes.

Carlos Fuentes «se hubiera decidido en estos momentos a publicarla». Su viuda, la periodista Silvia Lemus, anunció en México que en los próximos días llegará a las librerías una novela póstuma del escritor:¨ que él había dejado preparada en una cantidad de manuscritos. Se trata de una epopeya trágica, la de Carlos Pizarro, el guerrillero colombiano que había renunciado a las armas y fue asesinado en 1990 cuando se preparaba para competir en las elecciones presidenciales de su país. La obra irá a la imprenta cuando el proceso de paz con la guerrilla colombiana avanza hacia lo que podría ser su etapa final.

La noticia se dio a conocer en los homenajes por el cuarto aniversario de la muerte de Fuentes, el escritor mexicano que ganó el Premio Cervantes y fue varias veces candidato al Nobel de Literatura. Publicado en coedición por Alfaguara y el Fondo de Cultura Económica (FCE), el libro llegará a la Argentina en septiembre, aunque este jueves aparecerá en otros países de Latinoamérica.

Lemus contó que el escritor sentía una especial admiración por Pizarro, ex comandante del Movimiento 19 de Abril (M-19), que inició el proceso de paz hace más de 30 años porque a su juicio era «una figura trágica, como tantos héroes latinoamericanos». Por años, el autor de La región más transparente se resistió a publicar el texto, sin embargo. «Es lo malo de escribir una novela sobre una situación política real -le decía a su esposa-. La actualidad me gana».

El libro «descubre el tema central de toda su obra: el hombre enfrentado a su destino, en lucha entre la voluntad y la fortuna, cuyo sacrificio es el altísimo precio que demanda una historia que no logra hacer la paz consigo misma”, explicó el critico literario peruano Julio Ortega, encargado de editarlo (Ver «El hombre que..»). El texto es, también, una crónica latinoamericana: describe pasajes históricos de la violencia en Colombia y retrata, desde lo íntimo, los claroscuros de esos “héroes por fuera, niños por dentro” -como dice el texto- que perseguían el sueño revolucionario.

La novela fue revisada decenas de veces, durante 20 años. Lemus contó que el escritor no quería «dejar fuera ningún detalle para conocer íntimamente a su personaje», incluyendo aspectos como su psicología. Cercano a los recursos del periodismo, investigó. Consultó al escritor Gabriel García Márquez, al ex presidente colombiano Belisario Betancur, al ex miembro del M-19 Antonio Navarro Wolff y a la familia Pizarro. Los vaivenes de la actualidad lo obligaban a avanzar y retroceder.

La reconstrucción fue compleja. Lemus dijo que tomó una «actitud detectivesca» para llegar a la publicación. Si bien la novela estaba concluida, hubo que reunir dos fragmentos, uno que se guardaba en un estudio del escritor en México y otro en Londres. Como guía para la edición final, además, se usaron manuscritos y recortes de prensa que Fuentes había dejado.

El guerrillero, hijo del almirante Juan Antonio Pizarro, perteneció a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y luego fundó el M-19, que luego derivaría en un partido de centroizquierda. El 26 de abril de 1990, a los 38 años y ya como candidato presidencial de la coalición Alianza Democrática, fue asesinado en un vuelo de Bogotá a Barranquilla por un joven de 21 años llamado Gerardo Gutiérrez. Nunca se encontró al autor intelectual del crimen.

 

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Así empieza su novela:

Hay hombres a los que recuerdas aunque nunca los hayas visto.

Estaba seguro de que yo nunca había puesto los ojos en el hombre joven que se sentó al lado derecho de mi fila de butacas en el avión. Nos separaba el pasillo.

Llamó mi atención, apenas ocupé mi lugar, la confusión inasible provocada por quienes debían permanecer más tranquilos. Noté la dificultad con que disimulaban los movimientos agitados de la manzana de Adán. Y aunque eran hombres altos, de buen perfil, de pelo bien cortado, rizado, desvanecido por un buen peluquero, olían mal, a loción barata. Sus miradas estaban vacías, desprovistas de cariño. Eran autómatas abocados a su profesión. Rodear, proteger, pero sin amor. Eran inconfundibles. Eran guardaespaldas.

Todo lo recuerdo desafocado, como en una fotografía de batalla.

Lo único nítido era la figura del hombre joven protegido por los guardaespaldas que por momentos ocultaban el perfil del hombre joven sentado al lado derecho de mi fila en el avión.

No sé por qué, recordé una frase de Alfredo de Vigny que me acompaña a lo largo de mi vida: «Ama intensamente lo que nunca volverás a ver».

A una mujer se le puede preguntar, aun al precio de hacer el ridículo, «¿Por casualidad, no nos hemos visto antes?». La relación entre hombres no soporta estas coqueterías. Hay que estar seguro. Nos conocimos en tal lugar. Fuimos juntos a la escuela. Jugamos en el mismo equipo.

A este hombre yo nunca lo había visto antes. No tenía pretexto para acercarme a él. Sin embargo, ello no disminuía mi atracción hacia una persona a la que comencé a construir desde adentro, sin más datos que su presencia física. Vigoroso aunque vulnerable, a la vez tierno y amenazante, como si su peligro máximo fuese la necesidad de proteger lo íntimo mediante una coraza de voluntad guerrera.

Así lo imaginé, ubicándolo casi en un corrido mexicano, un vallenato colombiano o, ¿por qué no?, una canción de gesta.

Noté en él, cuando subió al avión, un andar doloroso, prevenido, cauto, que convertía el 727 en parte de una naturaleza arisca, a la que él ascendía como se sube a una montaña hostil o se enfrenta a un águila vengativa.

Por otra parte, mi joven y bello desconocido transformaba el aparato, casi, en un seno materno, acogedor, en el que el hijo pródigo se protege, acurrucado, a salvo finalmente de los peligros del mundo…

¿Dónde lo había visto? Repasé mentalmente fotografías, amistades, películas, noticieros de televisión… Quizás. El problema era que cada una de esas posibilidades expulsaba la fisonomía del hombre sentado a mi derecha, junto a la ventanilla, del otro lado del pasillo.

Lo rodeaban, en la fila precedente a la suya, en la de atrás y en los asientos contiguos, los inconfundibles guardaespaldas a los que ya mencioné y a los que ahora recorrí con atención (no diré que con fascinación). La rigidez armada de los cuerpos. Las abultadas corazas debajo de los trajes negros. Los chalecos metálicos pugnando por asomarse detrás de las corbatas mal anudadas, manchadas de grasa, enviadas demasiadas veces a la tintorería… Hacían gala bruta, inconsciente, de su misterio. No tenían ninguno salvo el de no saberse transparentes. Los pechos de metal estaban a punto de romper el trabajoso botón de la camisa.

Crucé mirada con el hombre joven cuando todos fuimos invitados a tomar nuestros asientos y abrochar los cinturones de seguridad.

No he visto ojos más melancólicos en alguien de mi mismo sexo. Mirada más lejana, amorosa, tierna, risueña, hundida en cuencas tan sombreadas, románticas, como las de un poeta del siglo diecinueve que jamás hubiese pensado en suicidarse, hasta hacerlo. O en vivir hasta viejo, sabiendo que el mar y la tormenta, el duelo y la fiebre no le darían larga vida.

Tenía el pelo ensortijado, abundante y cobrizo, el bigote crespo y tan ancho como la boca grande, sonriente, dada a desmentir la tristeza de la mirada.

Tan llamativo y carnal era su bigote que si lo hubiese dejado crecer más, la boca habría crecido con él.

¿Por qué no usaba casco?, me dije sin razón alguna, sorpresivamente. Se lo pregunté, viéndole sentado allí, rodeado de gente armada, se lo dije en silencio: «Ponte tu casco pronto, ármate ya, no ves qué indefenso estás, pobrecito de ti, tan guapo, tan joven, tan melancólico, tan desamparado. ¿No tienes padres, hermanos, hijos, mujeres, compañeros que añoren fervientemente tu vida, tu cercanía?» Sigue, sigue. No sé tampoco por qué ese verbo, en forma imperativa, cruzó por mis labios. Debes seguir, quienquiera que seas, como sea que te llames, no te detengas, no me preguntes por qué, pero yo sé que te necesitamos. Todos te necesitamos…

«No te detengas. Sigue.» Tenía un perfil perfecto y ojos de santo fallido.

La cabeza desnuda, la sonrisa desnuda, las manos que se levantaron un instante para arreglarse el pelo, rascarse el cuello donde la barba pugnaba por renacer.

El rumor del Boeing 727 lleno de pasajeros entre Bogotá y Barranquilla. El despegue. El avión portado ya por su propia fuerza, cursando las olas del otro gran océano que es el cielo, promesa de infinitud, acercamiento de nuestras manos endebles al misterio de lo que nunca empieza y nunca termina, la idea insoportable, aterradora, de un universo sin principio ni fin en el que nosotros, sólo nosotros, somos la excepción a la regla, la mortalidad sabia y prevista, la voz que les dice a la montaña, a las estrellas, a las especies inconscientes de su propia muerte, el perro y la rana, el tiburón y el cóndor: -Tú no sabes lo que es la muerte…

Volábamos sobre la gran sabana hacia las montañas que son el puño cerrado del país. Quería admirar ese gran tapete de billar que rodea Santafé de Bogotá. Me distrajeron las azafatas que se disponían a ofrecer bebidas. La señal de no fumar y de abrocharse los cinturones se había apagado. Allá lejos, al fondo del pasillo, otra aeromoza se retrasaba en demostrar las medidas de seguridad.

El avión iba lleno. Muchos hombres viajaban con el sombrero puesto, delatando (ostentando, quizás) el orgulloso origen regional. Hombres de Boyacá, sombrero negro, ruana, bigote corto.

Antioqueños de chamarra y sombrero vaquero.

Costeños de sombrero alero.

Monjas. Mujeres con copetes duros, laqueados como un piano de cola, al estilo de la señora Thatcher.

Y una joven señora guapísima, desinteresada en sus hijos que jugueteaban con las bolsas de vómitos y los cartones plásticos descriptivos de las medidas de seguridad del avión. Guapísima mujer como sólo las colombianas lo son a veces, con un relámpago rubio y moreno a la vez, una mezcla perfecta de tonos luminosos y sombríos.

Como el propio hombre que había capturado mi atención, esta bella señora era ojerosa y melancólica, pero con una sonrisa de destellos. Mientras leía la revista de modas y cruzaba las piernas largas, asomando una de ellas más allá del límite permitido del asiento, la pierna alargada sobre el pasillo, el zapato delicado, amoroso como un guante, colgando juguetona, descuidadamente, del hospitalario pie. La pierna bronceada, depilada.

Imaginé que la bella señora podría ser la pareja del hombre buen mozo con ojos soñadores y labios sonrientes que se rascaba el nacimiento de la barba en el cuello en el instante en que las balas le atravesaron la garganta la cabeza las manos, todo lo que traía desnudo fue cruzado por un rayo: quince balas.

Unas dieron en el cuerpo del hombre, otras, en el fuselaje del avión, los sesos se desparramaron, fueron a embarrarse contra la ventanilla, cubriéndola de nubes. Un borbotón de sangre se le vació por el cuello. Las manos eran ríos colorados buscando desesperadamente el gesto final, la despedida, el torneo.

-Ha muerto Aquiles -dije espantado, sin saber por qué, irguiéndome fuera de mi asiento, atrapado por el cinturón de seguridad, la Coca-Cola derramada sobre mi pantalón, la confusión y los gritos ocultándome la escena, mi voz tratando de decir la oración, el responso, el poema: Ha muerto Aquiles.

Lo hirieron en sus talones, su cabeza, su cuello, sus manos, todo lo que él tenía para mostrarle al mundo para que el mundo lo amara, aunque el mundo lo matara.

Murió la voz que les decía a los demás: No sólo soy coraza de guerra.

También soy cabeza de paz.

 

 

Fuente: El Clarin.com

 

Hilary Mantel: «Experimento de amor».

Hilary Mantel publica ahora en España «Experimento de amor», una novela que la autora describe como el «apetito» de unas jóvenes por aprender en el Londres de los años setenta a pesar de las penurias que las llevan a pasar hambre.

El libro, editado por el Grupo Planeta, es la historia de tres amigas que estudian en la Universidad de Londres en un momento en el que «estaban cambiando las expectativas» que había sobre las mujeres, dijo la escritora en una entrevista con Efe sobre un libro que apareció en inglés en 1995.

La novela está plagada de celos y envidias y tiene a Carmel McBain como su personaje principal, una chica de clase trabajadora, de origen católico irlandés y cuya familia apenas tiene recursos, pero «es inteligente, ambiciosa, aunque su ambición es tan grande que no sabe cómo canalizar sus esfuerzos», según la autora.

Carmel es hija única y su madre aspira a una vida mejor para ella, lejos de lo que su pequeño y deprimido pueblo puede ofrecer.

Es así que anima a Carmel a conseguir una beca para estudiar en una escuela local y después a optar a una plaza en la universidad, algo que consigue a base de mucho esfuerzo.

En la residencia en Londres, la muchacha convive con otras chicas, entre ellas dos amigas de la infancia, con las que afrontará su día a día, aunque su vida en la capital será solitaria.

«Yo quería escribir sobre ese momento en particular cuando era tanto lo que estaba cambiando», pues eran «los primeros años del feminismo» moderno, con la liberación sexual por la aparición de la píldora anticonceptiva, añadió Mantel, más famosa por sus libros históricos sobre los tiempos del estadista inglés Thomas Cromwell.

«Era una generación en que madres e hijas no se entendían y entonces pensé: una novela es ya lo suficientemente complicada, pero si consigues ordenarla, hazla», explicó.

«Esta es una historia sobre el apetito. (Las chicas) tienen hambre pero hacen ver que no la tienen porque no era cosa de damas decir que tenían hambre. La comida era apetecible pero no era suficiente», relató la escritora sobre las limitaciones que tenían unas jóvenes provincianas en la residencia universitaria.

Y el apetito de Carmel es por el conocimiento y el poder», según Mantel, cuyo triángulo amistoso es un relato detallado sobre la vida de la protagonista, Julianne y Karina, que se conocen de la infancia y terminan viviendo en la misma residencia.

En esta obra, Carmel tiene a estas dos amigas, muy distintas, pues Juliane procede de una familia acomodada y es más sociable, mientras que Karina tiene pocos recursos y es pesimista.

«Carmel tiene a estas dos personas, una el ángel de la luz (Julianne) y la otra (Karina) el ángel de la oscuridad», agrega.

«El libro es la historia de unos pocos meses en la vida de estas chicas, estudiando en la universidad», explicó la escritora, ganadora de dos premios Booker (en 2009 y 2012).

Aunque Mantel reconoce que no se trata de una novela autobiográfica, algunos detalles de Carmel, como el tiempo transcurrido en la universidad, son similares a los suyos.

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«Basé la novela en mis propias experiencias, pero Carmel no soy yo. La configuración de su familia es diferente y la ciudad en la que creció es diferente a la mía, pero nacida el mismo año», señaló la autora, cuya idea para este libro surgió años atrás mientras estaba en una estación de tren y le vino a la memoria la imagen de una chica que conoció en su infancia.

Mantel recibió el primer galardón en 2009 por su novela «En la corte del lobo», en la que narra el ascenso al poder de Thomas Cromwell en la corte del rey Enrique VII, y el segundo lo obtuvo en 2012 con la novela «Una reina en el estrado», la segundo entrega de una trilogía que se cerrará con «The mirror and the light», aún sin fecha de publicación. Viviana García

 

Hilary Mantel

 

Hilary Mantel (Glossop, 1952) es una escritora y crítica literaria británica cuya obra abarca desde memorias personales y cuentos a novela histórica y ensayos. Destaca por su maestría en la novela histórica, género al que ha dedicado buena parte de su producción literaria. Colabora con artículos y ensayos para periódicos y revistas tan importantes como The Guardian, London Review of Books y New York Review of Books.
Ha sido galardonada en dos ocasiones con el premio Booker. Ganó el primero en 2009 por su novela En la corte del lobo (Wolf Hall), en el que narra el ascenso al poder de Thomas Cromwell en la corte del rey Enrique VIII. Su segundo premio Booker lo ganó en 2012 con Una reina en el estrado (Bring up the bodies), la segunda entrega de la trilogía de Thomas Cromwell. Esto la convirtió en la primera mujer en recibir este premio dos veces, siguiendo los pasos de J. M. Coetzee, Peter Carey y JG Farrell.
The mirror and the light, cuya publicación está prevista para el año 2015, es el título de la última entrega de la trilogía.

El regreso de Don DeLillo a la novela

ABC adelanta, en exclusiva, un fragmento de «Cero K», el nuevo libro del autor estadounidense, que salió este pasado 10 de mayo de 2016.

«A los catorce años desarrollé una cojera. No me importaba que se notara que era falsa. Practicaba en casa, caminando vacilantemente de una habitación a otra, me esforzaba por no volver a caminar normal cada vez que me levantaba de una silla o salía de la cama. Era una cojera puesta entre comillas y yo no estaba seguro de si estaba destinada a hacerme visible ante los demás o solamente ante mí mismo.

Tenía la costumbre de mirar una fotografía antigua de mi madre, Madeline, con vestido plisado, a los quince años, y ponerme triste. Y, sin embargo, ella no estaba enferma ni muerta.

Cuando ella estaba en el trabajo, yo le cogía los mensajes telefónicos, los apuntaba y me aseguraba de comunicárselos cuando llegaba a casa. Luego me quedaba esperando a que devolviera la llamada. La vigilaba activamente y esperaba. Le recordaba una vez tras otra que había llamado la mujer de la tintorería, y ella me miraba con una expresión determinada, aquella que decía: te estoy mirando así porque no tiene sentido que yo malgaste palabras cuando tú puedes entender esta mirada y saber que dice lo que no hace falta decir. Me ponía nervioso, no la mirada, sino la llamada telefónica en espera de respuesta. ¿Por qué no la devolvía ya?

¿Qué estaba haciendo que fuera tan importante como para no devolver la llamada? Pasaba el tiempo, el sol se ponía, la persona estaba esperando y yo también.

Quería leer mucho, pero no lo conseguía. Quería sumergirme en la literatura europea. Allí estaba yo en nuestro humilde apartamento con jardín, en una zona anodina de Queens, sumergiéndome en la literatura europea. La palabra sumergirse era lo que importaba. Una vez tomada la decisión de sumergirme, ya no había necesidad de leer las obras. Lo intentaba a veces, haciendo un esfuerzo, pero no lo conseguía. Estaba técnicamente no sumergido, pero también cargado de intención, y me imaginaba a mí mismo sentado en el sillón y leyendo un libro por mucho que en realidad estuviera sentado en el sillón viendo una peli en la tele con los subtítulos en francés o alemán.

Más adelante, cuando ya vivía en otro sitio, visitaba a Madeline con bastante frecuencia y empecé a fijarme en que cuando comíamos los dos juntos ella usaba servilletas de papel y no de tela, lo cual era comprensible porque vivía sola, y aquélla era una simple comida solitaria más, o bien entre ella y yo solos, que venía a ser lo mismo; sin embargo, después de colocar un plato, un tenedor y un cuchillo al lado de la servilleta de papel, luego no usaba la servilleta, fuera o no de papel, evitando que se manchara, y en su lugar usaba un pañuelo de papel de una caja que tenía cerca, Kleenex Ultra Soft, ultra doux, para limpiarse la boca o los dedos, o bien caminaba hasta el rollo de papel de cocina que había en el soporte de encima del fregadero, arrancaba un pedazo y se limpiaba la boca con él y luego lo doblaba para tapar la parte que había quedado manchada y lo llevaba a la mesa para volver a usarlo, dejando la servilleta de papel intacta.

La cojera era mi fe, mi versión personal de ejercitar los músculos o de saltar vallas. Después de sus primeros días de independencia, mi cojera empezó a resultarme natural. En la escuela los chavales sobre todo soltaban risitas y me imitaban. Una niña me tiró una bola de nieve, pero yo lo interpreté como un gesto juguetón y reaccioné en consonancia, agarrándome la entrepierna y sacando la lengua. La cojera era algo a lo que aferrarse, una forma circular de reconocerme a mí mismo, paso a paso, como la persona que estaba haciendo aquello. Define persona, me digo. Define humano, define animal.

De vez en cuando Madeline iba al teatro con un hombre llamado Rick Linville, bajito, amigable y fornido. Yo tenía claro que entre ellos no había romanticismo alguno. Asientos de pasillo, eso era lo que había. A mi madre no le gustaba quedarse encajonada y quería sentarse siempre junto al pasillo. No se vestía para ir al teatro. Iba siempre sin arreglar, ni la cara ni las manos ni el cabello, y entretanto yo intentaba encontrar un nombre para su amigo que resultara adecuado a su altura, su peso y su personalidad. Rick Linville era un nombre flaco. Ella escuchó mis alternativas. Primero los nombres de pila. Lester, Chester, Karl-Heinz. Toby, Moby. Yo estaba leyendo de una lista que había confeccionado en la escuela. Morton, Norton, Rory, Roland. Ella se me quedó mirando y me escuchó.

Nombres. Nombres falsos. Cuando me enteré del nombre verdadero de mi padre estaba en plenas vacaciones de una universidad bastante grande del interior del país donde las camisas, jerséis, vaqueros, pantalones cortos y faldas de todos los estudiantes que desfilaban de un lado para otro tenían tendencia a fusionarse durante los sábados soleados de fútbol americano en una sola franja de intenso color violeta y dorado mientras llenábamos el estadio y brincábamos en nuestros asientos y esperábamos a que las cámaras de televisión nos enfocaran para levantarnos y agitar los brazos y gritar, y al cabo de veinte minutos de hacer eso yo ya empezaba a ver la sonrisa de plástico de mi cara como una forma de herida infligida por mí mismo.

La servilleta de papel intacta no me parecía para nada una cuestión marginal. Se trataba de la textura invisible de una vida, salvo por el hecho de que yo la estaba viendo. Se trataba de la persona que ella era. Y a medida que yo iba descubriendo quién era mi madre, viéndolo con cada visita, mi capacidad de atención se intensificó. Tenía tendencia a sobreinterpretar lo que veía, sí, pero lo veía a menudo y no podía evitar pensar que aquellos pequeños momentos eran mucho más significativos de lo que parecían, por mucho que no estuviera seguro de qué significaban: la servilleta de papel, los cubiertos en el cajón del armario, la forma en que ella sacaba la cuchara limpia del escurreplatos y se aseguraba de no dejarla en el cajón del armario encima de todas las demás cucharas limpias del mismo tamaño, sino debajo de las demás, a fin de mantener una cronología, una secuencia adecuada. Las cucharas, tenedores y cuchillos usados más recientemente debajo, y los que había que usar próximamente encima. Los cubiertos del medio avanzarían hacia arriba a medida que los de encima se fueran usando, lavando, secando y colocando al fondo.

Yo quería leer a Gombrowicz en polaco. No sabía ni una palabra de polaco. Solamente conocía el nombre del escritor y no paraba de repetirlo, en voz baja y también en alta. Witold Gombrowicz. Quería leerlo en su idioma original. La expresión me atraía. Leerlo en su idioma original. Un día estábamos cenando Madeline y yo, comiendo alguna clase de estofado turbio en cuencos de cereales. Yo tenía catorce o quince años y no paraba de repetir el nombre con voz suave, Gombrowicz, Witold Gombrowicz. Lo veía deletreado en mi mente y lo decía, nombre de pila y apellido —cómo no amarlo—, hasta que mi madre levantó la vista de su cuenco y me dirigió un susurro de acero: Basta.

A ella se le daba muy bien saber qué hora era. Sin reloj de pulsera y sin relojes a la vista. Yo la ponía a prueba, sin previo aviso, cuando estábamos paseando los dos, calle a calle, y ella siempre conseguía acertar la hora con un margen de tres o cuatro minutos. Así era Madeline. Miraba el canal del tráfico con sus informes meteorológicos adjuntos. Se quedaba mirando el periódico, pero no necesariamente las noticias. Un día vio aterrizar un pájaro en la barandilla del pequeño balcón que asomaba desde la sala de estar y se quedó mirándolo, inmóvil, y el pájaro también se quedó mirando lo que fuera que estuviera mirando, muy quieto, iluminado por el sol, alerta, preparado para huir. Ella odiaba las pequeñas etiquetas del precio de color naranja fluorescente que había en los envases de comida, en los frascos de medicina y en los tubos de loción corporal, una etiqueta en un melocotón, imperdonable, y yo siempre la veía meter la uña por debajo de las etiquetas para despegarlas, para no tener que verlas, pero más importante todavía: para adherirse a un principio, y a veces le costaba varios minutos despegar la etiqueta, con tranquilidad, pedazo a pedazo, y por fin la convertía en una bolita con los dedos y la tiraba al cubo de basura que había debajo del fregadero de la cocina. Ella y el pájaro y la forma en que yo estaba allí plantado observando, un gorrión, a veces un jilguero, consciente de que, si movía la mano, el pájaro se iría volando de la barandilla, y el hecho de saber esto, la posibilidad de mi intercesión, me hacía preguntarme si mi madre se daría cuenta siquiera de que el pájaro se había marchado; pero lo único que hice fue poner el cuerpo más rígido, sin que nadie me viera, y esperar a que pasara algo.

Yo cogía los mensajes telefónicos de su amigo Rick Linville y luego la avisaba de que había llamado y me quedaba esperando a que ella le devolviera la llamada. Tu amigo Rick el del teatro, le decía yo, y a continuación recitaba su número de teléfono, una vez, dos veces, tres veces, por puro despecho, y me quedaba mirando cómo ella guardaba la compra, metódicamente, al estilo de la preservación forense de unos despojos humanos destrozados por la guerra.

Ella nos cocinaba comidas frugales y casi nunca bebía vino (y que yo supiera, jamás alcohol destilado). A veces me dejaba a mí preparar la comida mientras me impartía instrucciones despreocupadas desde la mesa de la cocina, donde se sentaba a hacer el trabajo que se traía de la oficina. Éstas eran las sencillas cronologías que daban forma al día e intensificaban su presencia. Ella era mi madre mucho más de lo que mi padre era mi padre. Pero mi padre se había marchado, o sea que no había modo de compararlos.

Ella quería la servilleta de papel intacta. Sustituía la tela por papel y a continuación dictaminaba que el papel no se podía distinguir de la tela. Me dije a mí mismo que acabaría habiendo un linaje, un esquema de descendencia directa: tela, servilletas de tela, servilletas de papel, toallitas de papel, toallitas desmaquilladoras, pañuelos de papel, papel higiénico y por fin hurgar en la basura en busca de trozos de envases de plástico reutilizables tras quitarles las etiquetas fluorescentes del precio, que ella ya había despegado y arrugado.

Había otro hombre cuyo nombre no me quería decir. Solamente quedaba con él los viernes, quizá un par veces al mes, o solamente una, y nunca en mi presencia, y yo me imaginé a un hombre casado, a un hombre buscado por la ley, a un hombre con un pasado, a un extranjero que llevaba un impermeable con cinturón y trabillas en los hombros. Aquello me servía para ocultar la comezón que sentía. Dejé de hacer preguntas sobre el hombre y luego los viernes se terminaron y yo me sentí mejor y empecé a hacer preguntas otra vez. Le preguntaba si llevaba impermeable con cinturón y trabillas en los hombros. Se llama gabardina, me dijo ella, y su voz tenía un matiz inapelable, así que decidí liquidar al hombre por medio del accidente de un avión de pequeño tamaño frente a la costa de Sri Lanka, antiguamente Ceilán, del que no se recuperó su cuerpo.

Ciertas palabras parecían estar ubicadas en el aire frente a mí, al alcance de mi brazo. Besárabe, penetralia, diáfano, falafel. Me veía a mí mismo en aquellas palabras. Me veía a mí mismo en la cojera, en mi forma de cultivarla y perfeccionarla. Sin embargo, cada vez que mi padre aparecía para llevarme al Museo de Historia Natural yo mataba la cojera. Aquél era el territorio natural de los maridos que se habían ido de casa, de forma que allí estábamos todos, padres e hijos, deambulando por entre los dinosaurios y los huesos de los antepasados de la humanidad.

Ella me regaló un reloj de pulsera y en el camino de la escuela a casa yo me dedicaba a mirar todo el tiempo la manecilla de los minutos como si fuera un indicador geográfico, una especie de aparato de circunnavegación que señalaba ciertos lugares a los que tal vez me estuviera acercando en el hemisferio norte o sur, dependiendo de dónde estuviera al empezar a andar, tal vez de Ciudad del Cabo a la Tierra del Fuego y luego a la isla de Pascua, y por fin quizá a Tonga. No estaba seguro de si Tonga estaba en aquella ruta semicircular, pero el nombre lo hacía apto para su inclusión, junto con el nombre del capitán Cook, que era quien había avistado Tonga, o visitado Tonga, o regresado a Gran Bretaña llevando a un tongano a bordo.

Al acabarse su matrimonio, mi madre se puso a trabajar a jornada completa. La misma oficina y el mismo jefe, un abogado especializado en propiedad inmobiliaria. Había estudiado portugués en sus dos años de universidad y esto le resultaba útil porque bastantes clientes del bufete eran brasileños interesados en comprar apartamentos en Manhattan, a menudo como inversión. Con el tiempo empezó a gestionar los detalles de las transacciones entre los abogados de quienes vendían, los bancos hipotecarios y los agentes administrativos. Gente comprando, vendiendo, invirtiendo. Padre, madre, dinero.

Años más tarde entendí que las corrientes del apego se podían traducir a palabras. Mi madre era la fuente de amor, la presencia fiable, un equilibrio firme entre yo y la percepción ligeramente delictiva que yo tenía de mí mismo. Ella no me insistía para ser más sociable ni para dedicar más tiempo a mis deberes. No me prohibía ver el canal de sexo. Me dijo que ya me había llegado el momento de caminar con normalidad otra vez. Me dijo que la cojera era una perversión despiadada de la verdadera enfermedad. Me contó que esa media luna de color claro que hay en la base de la uña se llama lúnula, palabra esdrújula. Me contó que el surco en la piel que hay entre la nariz y el labio superior se llama filtro. En el antiguo arte chino de leer los rostros, el filtro representa tal y cual cosa. No se acordaba exactamente de qué.

Decidí que el hombre con el que se veía los viernes seguramente era brasileño. Me resultaba más interesante que Rick Linville, que tenía un nombre y una forma. Aun así, siempre estaba la pregunta implícita de cómo terminaban las veladas de los viernes, de qué cosas hacían y decían aquellos dos cuando estaban juntos, en inglés y en portugués, cosas que yo necesitaba mantener sin nombre y sin forma, y además estaba el hecho de que ella no me contaba nada del hombre en sí, que tal vez ni siquiera fuera un hombre. Ésa era la otra cuestión que me sorprendí afrontando: que tal vez ni siquiera fuera un hombre. Las cosas que le vienen a uno a la mente, salidas de la nada o de todas partes, quién sabe y a quién le importa, qué más da. Mi fui a dar una vuelta a la manzana y vi a los jubilados jugar al tenis en la pista de asfalto.

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Por fin llegó el día y el año en que eché un vistazo a una revista que había en un quiosco de un aeropuerto y vi a Ross Lockhart en la portada del Newsweek en compañía de otras dos divinidades de las finanzas mundiales. Llevaba traje de raya diplomática y se había cambiado de peinado, y llamé a Madeline para mencionarle sus patillas de asesino en serie. Me cogió el teléfono su vecina, la mujer del bastón metálico, el bastón de cuatro patas, y me contó que a mi madre le había dado un derrame cerebral y que tenía que volver a casa de inmediato.

Los actores del recuerdo están en sus puestos, una composición nada realista. Yo en una silla con una revista o un libro y mi madre viendo la tele sin sonido.

Son los momentos ordinarios los que componen la vida. Esto es lo que ella sabía a ciencia cierta y esto es lo que yo aprendí, finalmente, de todos los años que pasamos juntos. Ni los saltos ni las caídas. Inhalo la llovizna de detalles del pasado y así sé quién soy. Ahora tengo más claro lo que antes no sabía, gracias al filtro del tiempo, de una experiencia que no pertenece a nadie más, ni de lejos, a nadie, jamás. La veo usar el rodillo para quitar la pelusa de su abrigo de paño. Define abrigo, me digo. Define tiempo, define espacio».

 

Las grandes obsesiones de DeLillo

Tras seis años de silencio, «Cero K» (Seix Barral) supone el regreso a la novela de Don DeLillo (Nueva York, 1936), uno de los maestros de la narrativa anglosajona contemporánea. Definida por la temida crítica literaria de «The New York Times» Michiko Kakutani como su novela «más persuasiva» desde «su obra maestra» «Submundo» (reeditada en España por Seix Barral en 2009), en ella DeLillo recupera sus grandes obsesiones (el terrorismo, los desastres naturales, las hambrunas) y las contrapone a una celebración de la vida. Se trata de toda una oda al lenguaje, una meditación sobre la muerte y, en definitiva, una aguda observación sobre la fragilidad compartida, que nos hace humanos. En la novela, el padre de Jeffrey Lockhart, Ross, es un millonario al estilo George Soros, cuya mujer tiene graves problemas de salud. Ross es el inversor principal de un complejo remoto donde se controla la muerte y los cuerpos se conservan hasta que, en un futuro, la tecnología pueda despertarlos. En este extraño lugar, Ross se despide de su esposa con la esperanza de reencontrarse con ella en el futuro, pero su hijo, sin embargo, está en total desacuerdo, pues, para él, sólo merece la pena vivir «unido a las maravillas de nuestro tiempo, aquí, en la Tierra».

 

Don DeLillo es el autor de referencia de la narrativa norteamericana actual y uno de los mayores y más provocadores genios literarios contemporáneos. Medalla del National Book Award 2015 por toda su trayectoria literaria, que comprende numerosos premios, como el National Book Award por Ruido de fondo (1985; Seix Barral, 2006), el International Fiction Prize por Libra (1988; Seix Barral, 2006), el PEN/Faulkner Award de Ficción por Mao II (1991; Seix Barral, 2008), la Medalla Howells por Submundo (1997; Seix Barral, 2009) y Jerusalem Prize y el PEN/Saul Bellow Award a toda su carrera, ha sido reconocido de manera unánime por la crítica internacional como el maestro indiscutible de toda una generación.

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Otra exponente de la novela negra: Liza Marklund.

Liza Marklund es una de periodistas más famosas de Suecia. También es una importante editora y sirve como Embajadora de Unicef. Todo esto es complementario de su faceta como escritora de novela negra en la que cuenta con más de nueve millones de libros vendidos y los halagos de colegas tan destacados como Mankell quien ha dicho de ella: “En el enjambre de las autoras nórdicas de novela negra que han debutado en la década pasada, Liza Marklund está a un nivel propio gracias a sus inteligentes historias, su forma de escribir segura y su visión radical de la sociedad.” (leer más)Es precisamente su personaje Annika Bengtzon el que más éxito le ha proporcionado. Ocho libros componen hasta el momento esta serie que comienza a publicarse en España con el primero de los títulos, Dinamita. Annika es la jefa de sucesos de su diario; una luchadora en diversos frentes que van desde el profesional donde los hombres de la redacción ni la estiman ni la respetan hasta el ámbito familiar en el que cuenta con la ayuda de su marido Thomas para conciliar hijos y trabajo. Ese es el marco de circunstancias en el que se desarrollan sus peripecias.En Dinamita la trama de novela negra surge con relación a una bomba que estalla en el estadio olímpico llamado a albergar unos hipotéticos juegos suecos. La organizadora de los mismos también ha desaparecido y es necesario investigar los motivos de ambos sucesos. Annika tocará todos los hilos para ir descubriendo lo que realmente sucede, sin darse cuenta de que ella misma se está colocando en el disparadero y que al final sus ansias de informar llaman demasiado la atención.Pese a ser el primer libro de la serie y haber sido publicado hace ya doce años, es una obra muy madura y sólida, debido fundamentalmente a que es el ambiente de trabajo habitual de su autora -periodista también- el que ella dibuja. Los libros posteriores nos llevarán cronológicamente al pasado de su personaje, ocupando por orden temporal Dinamita el cuarto lugar entre los ocho publicados.Los principales protagonistas de la obra son mujeres, es un libro muy femenino que aborda los problemas de la mujer en la sociedad actual. Diferentes mujeres con diferentes situaciones y diferentes retos provocan reacciones divergentes en ellas, las cuales no sabrán canalizar debidamente en ocasiones. Cualquier mujer, por tanto, se sentirá muy a gusto con este texto que le aportará serias reflexiones sobre ella misma a la vez que le permite disfrutar de una novela negra que les dejará sin aliento hasta la última hoja.Cuando le preguntamos a Liza Marklund los motivos del creciente interés por la novela negra en España, nos comentó que ni en América latina ni en África existe el género. La realidad es tan dura que nadie se plantea entretenerse con las tramas policíacas. La democracia y el bienestar social español de las últimas décadas ha acrecentado el consumo de este género casi exponencialmente.

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Liza vive en Marbella lo que hasta cierto grado le permite conocernos como pueblo, por eso le preguntamos también las razones del auge de la novela negra de origen nórdico entre nosotros en contraste con otras literaturas como la norteamericana. Ella que también ha vivido durante años en EEUU nos dice que los españoles y los suecos somos iguales, al menos mucho más “iguales” entre nosotros que con los americanos. Por eso nuestros deseos, anhelos, inquietudes, miserias y escalas de valores son comunes, lo cual provoca interés por ver como aquellos que durante tiempo hemos creídos superiores a nosotros pasan por las misma dificultades.Interesante análisis el que Liza Marklund hace que deberá verse refrendado con el éxito de esta primera novela.

 

Sinopsis: Dinamita

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Estocolmo, Suecia. Seis meses para los Juegos Olímpicos de verano. En las bulliciosas y estresantes oficinas editoriales del periódico Kvällspressen la periodista Annika Bengtzon intenta conseguir el artículo entre los artículos. Para ello se debate en una constante lucha interior entre las exigencias que le suponen su vida familiar y su ambición profesional. Valiente, compasiva, inteligente, con un lado oscuro y autodestructivo, se obstina por informar sobre la verdad, sin importarle cómo conseguirla. Durante los meses pre-Olímpicos una bomba estalla en uno de los estadios de la ciudad. Christina Furhage, una de las mujeres más importantes del país, vuela en pedazos. Ésta es la oportunidad de Annika para catapultarse a la fama y el reconocimiento de sus compañeros. Tendrá que averiguar quién intenta sabotear los Juegos y por qué. Tiene una pista como punto de partida: en la explosión se utilizó dinamita de la empleada en la construcción. Liza Marklund no sólo fue la primera en introducir un personaje femenino protagonista en una novela negra, sino que también nos ofrece una reflexión sobre los problemas actuales de la mujer en su día a día. Dinamita es el primer título de una serie que ha sido número uno en los cinco países nórdicos, y que ha vendido más de 9 millones de ejemplares en todo el mundo.

Jo Nesbo y su atormentado detective «Henry Hole».

El tiburón de Jo Nesbo
El escritor noruego presenta ‘Policía’, décima entrega de la serie negra protagonizada por su atormentado detective, Harry Hole

Harry Hole es un personaje místico igual que el tiburón de la película [de Spielberg]. No lo ves hasta el final y por eso cada vez parece mayor y da más miedo, igual que pasa con el malo. Lo ves a través de las palabras de otros personajes. Es una técnica para aumentar la tensión”. Así habla Jo Nesbo (Oslo, 1960) de su atormentado y oscuro detective en la que es la tercera visita a Barcelona en tres años del escritor noruego, esta vez con la décima entrega, que no la última, de su serie negra bajo el brazo, ‘Policía’ (Roja & Negra / Proa). “Hole no vivirá eternamente pero desde el tercer libro, ‘El petirrojo’, tengo pergueñada su historia y aún no lo jubilo, aunque cuando acabe con él no resucitará”.

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«Mis últimas novelas tratan de la relación entre amor y muerte y entre la relación padre-hijo. Inconscientemente tienen que ver con mi vida»
“Mi trabajo es manipular al lector –advierte- y este no debe creer necesariamente lo que escribo en las primeras páginas”, en las que hay alguien en coma ingresado en un hospital y que retoman el traumático final de la anterior novela, ‘Fantasma’. Con un Hole en paradero desconocido, la trama, de la que es reacio a revelar detalles para “no dar spoilers”, gira en torno a un asesino que atrae a policías a escenas de crímenes sin resolver para, una vez allí, matarlos. “En la sociedad escandinava parece que hoy nadie luche contra nada, contra ninguna injusticia social y parece que los únicos revolucionarios que quedan son los malos, que se revuelven contra los policías, contra el sistema en sí”, cuenta Nesbo, ‘exbroker’ y músico de un grupo de rock antes de abrazar la escritura en 1997 durante un vuelo a Australia, donde nació ‘El murciélago’, primer título de una serie que ha vendido más de 25 millones de ejemplares en 50 países.

Pero el tema de fondo, que admite que también centra sus anteriores cinco novelas, es para el autor de ‘El leopardo’ “la relación padre-hijo y la relación entre el amor y la muerte y el asesinato”, algo más que habitual en literatura, aunque en ‘Policía’ “toma más fuerza el del amor”. “Me he dado cuenta de que inconscientemente los temas de mis novelas tienen que ver con mi vida, es extraño. Las ideas parecen surgir de la nada pero cuando luego lo analizas hallas vínculos con tu vida –confiesa-. Una vez tengo la idea decido si será para Hole, una novela independiente, un libro infantil o una canción”.

AL CINE CON FASSBENDER

Nesbo ya ha visto adaptada al cine ‘Headhunters’ (2011). En el 2017 espera el estreno de la versión de ‘El muñeco de nieve’ protagonizada por Michael Fassbender. “Hizo un buen papel en ‘Shame’, solo espero que tenga ‘feeling’ con Hole. No intervengo en el guion ni en la película. Será la criatura de Tomas Alfredson [el director], su propia visión, no una copia de la novela y eso me parece bien. Yo estoy con un proyecto sobre ‘Macbeth’ y aunque Shakespeare era bastante bueno –irozina- y no debo olvidarlo, tengo que escribir mi propia historia de Macbeth, como Alfredson hará con mi novela”.

Cuidado con Nesbo: odia, afirma, el contacto con los lectores y evita que estos y sus peticiones “puedan corromper la historia”. “Mi trabajo es personal, lo vivo encerrado en una habitación, yo y mis historias”.

 

Entrevista con Jo Nesbo

 

JO NESBO (1960- )

Jo Nesbo nació el 29 de marzo de 1960 en Oslo (Noruega), hijo de una bibliotecaria. Es uno de los autores de novela negra más destacados de su país gracias a sus libros protagonizados por el inspector Harry Hole.
Al margen de la literatura, Nesbo, que estudió Economía y Administración de Empresas y trabajó como agente de bolsa, también dedica su tiempo a cantar en la banda de rock Di Dirre.
Comenzó a publicar a finales de los años 90. En español su primer libro editado fue “Petirrojo”, novela en la que Hole investiga una red de tráfico de armas relacionado con personajes cercanos al nazismo.
jo-nesbo-policia-novelaMás tarde se publicaron “Némesis”, libro en el que una antigua amante de Harry Hole, Anna, aparecía muerta tras una cita con el detective mientras éste se ocupa de un caso de asesinato y robo a un banco, y “La Estrella Del Diablo”, novela en la que un psicópata asesina a mujeres dejando un diamante rojo en sus cuerpos. En “El Redentor” el protagonista busca a un asesino que está causando terror en Oslo y que puede estar conectado con el rapto de una niña.
En “El Muñeco De Nieve” Hole intenta atrapar a un criminal que pone ropas de sus víctimas en muñecos de nieve.
La novela “Headhunters” estaba protagonizada por Roger Brown, un ambicioso ladrón de obras de arte.
Los últimos libros publicados en español de Nesbo son “El Leopardo”, “El Murciélago”, “Cucarachas”, “Fantasma” y “Policía”.

Autorretrato de Elizabeth Bishop, la heredera de Walt Whitman y Emily Dickinson por primera vez en español.

El padre de Elizabeth Bishop (1911-1979) murió cuando ella era un bebé de apenas ocho meses. Su madre, cuyo carácter marcó a la pequeña en esos años en los que vivir no es más que un juego, sufría un grave trastorno mental y terminó ingresada en un hospital psiquiátrico. Bishop tenía entonces cinco años. Nunca más volvieron a verse. Lejos de regodearse en su tristeza, la niña encontró su «país de Nunca Jamás» en Nueva Escocia, donde se trasladó a vivir con sus abuelos, y empezó a soñar. Sueños que, con el paso del tiempo, fue reflejando en poemas, como si su existencia fuera fruto de su ensoñación. La ensoñación del sueño, hecha realidad en hermosos versos. Poco podía imaginar entonces la siempre tímida Elizabeth Bishop que terminaría convertida en una de las mayores poetas estadounidenses del siglo XX, heredera natural de Walt Whitman y Emily Dickinson.

Tras largos años de injustificada ausencia, matizada por la edición de su «Antología poética» (Visor) en 2003 y alguna que otra obra sobre ella, Elizabeth Bishop vuelve a estar presente en nuestro panorama editorial gracias a Vaso Roto Ediciones, que ha iniciado la encomiable tarea de recuperar su «Obra completa», siendo la primera vez que se publica en español. Hace apenas unos días, llegó a las librerías el volumen de toda su «Prosa» y para junio está prevista la publicación de su «Poesía», aún «en revisión».

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Mirada democrática
A jucio de Jeannette Lozano, de Vaso Roto, Elizabeth Bishop «sigue siendo referente esencial en las literaturas de los siglos XX y XXI. Incluso críticos como Harold Bloom y Helen Vendler, y poetas como John Ashbery y James Merrill han dedicado ensayos en torno a su obra». No es de extrañar, por tanto, que Charles Simic haya llegado a decir que «desde Whitman no ha habido jamás una mirada tan democrática». Y, sin embargo, tan desconocida… Incansable viajera, de Francia a España, del norte de África a Irlanda, de Italia a México, además de los casi veinte años que vivió en Brasil junto a su entonces pareja, la aristócrata y arquitecta brasileña Lota de Macedo Soares (1910-1967), Elizabeth Bishop fue una mujer libre, que llevó esa libertad hasta sus últimas consecuencias, también creativas.

Su «carrera» literaria empezó en «The Blue Pencil», la revista que aún se sigue editando en el Walnut Hill School for the Arts (Massachusetts), donde Bishop estudió. En el apéndice de este volumen dedicado a sus primeras prosas figuran algunos de los textos que escribió entonces, donde ya se advertían los temas que, con el tiempo, centrarían su obra, especialmente la soledad. Pero también las lágrimas, «algo inherente a la vida» y que Bishop trató de enjugar amando, y dejándose amar.

«Seguimos siendo bárbaros que comenten indecencias y crueldades cada día. Pero creo que tendríamos que estar alegres a pesar de ello», escribió en 1964
Luego llegaron sus años de universidad en el Vassar College, institución que, tras su fallecimiento, se quedó con su legado. Compuesto por gran cantidad de obra inédita, algunos de estos textos aparecen publicados, por primera vez en español, en el presente volumen de Vaso Roto. Pero también relatos breves, textos autobiográficos, reseñas de libros, un extenso volumen sobre la historia y la cultura de Brasil, traducciones, libros de viajes, cartas… Quizás uno de los «tesoros» sea la correspondencia que Elizabeth Bishop, siempre reacia a hablar de su vida (y de su obra), mantuvo de 1963 a 1965 con la poeta británica Anne Stevenson (Cambridge, 1933) y en la que se «desnudó» sin tapujos, quizás para no volver nunca a hacerlo. «Mi pronóstico es pesimista. Creo que seguimos siendo bárbaros, bárbaros que comenten cien indecencias y crueldades cada día de sus vidas, como es probable que noten en épocas futuras. Pero creo que tendríamos que estar alegres a pesar de ello, e incluso a veces ser un poco atolondrados, para que la vida sea soportable», la escribe Bishop en enero de 1964.

Es la suya una voz inconfundible, reflexiva, en ocasiones graciosa, a ratos tierna, irónica y mordaz. Obsesionada con la naturaleza de la prosa, en ella ficción y autobiografía se mezclan hasta confundirse. El ejemplo más significativo es el relato «En la aldea», escrito en 1953, tres años antes de lograr el Premio Pulitzer de poesía. «Todas esas otras cosas: la ropa, las postales arrugadas, la porcelana rota; las cosas estropeadas y perdidas, deterioradas o destruidas; incluso el grito, frágil y casi perdido… ¿son demasiado frágiles para que nosotros oigamos sus voces durante un largo tiempo demasiado mortales?», se pregunta al final del texto.

La soledad
El poeta argentino Mariano Peyrou, encargado de la traducción de la prosa, considera que «lo más interesante –tanto de los cuentos como de los textos de memorias o más ensayísticos– es su mirada: ese lugar, que a la vez es extraño y natural, desde el que nos muestra el mundo. Le habla a lo desconocido cercano, a lo que miramos pero no acabamos de ver». Esa mirada suya nos lleva a resolver «El enigma de Emily Dickinson» (1951) o a abordar por qué «Escribir poesía es un acto antinatural» (finales de los 50), pero también a reflexionar «Sobre el hecho de estar solos» (1929), quizás el pasaje más revelador del volumen: «Tal vez nunca conoceremos al acompañante que hay en nuestro interior y que está con nosotros toda la vida, la proximidad constante de nuestra mente y esa persona extraña cuyo corazón se acelera cuando un pájaro se eleva, alto y solitario, en el aire claro».

Y, como anticipo de lo que llegará en junio, estos versos extraídos de uno de los último poemas que escribió: «El arte de perder no es difícil de aprender; tantas cosas parecen querer extraviarse que perderlas no acarrea ningún desastre».

Ojos atentos a la realidad; por Colm Tóibín

Bishop mantuvo una relación muy meticulosa con la pena y con la atención. Su poesía es antiheroica, como escrita con minúsculas. La libertad y la búsqueda de la felicidad llegaron a evadirla; la vida era todo lo que tenía. Ella comprendió que su responsabilidad era mantener lúcida su mirada clara sobre la vida. Eso resultaba contrario al típico ámbito norteamericano, no solo al político, sino a la tradición más aceptada en la poesía americana que permitía cohabitar a la naturaleza y el ser en un estado de sensacional armonía.

Mientras contemporáneos suyos, como Robert Lowell y John Berryman estaban escribiendo en secuencias largas ambiciosas y descuidadas, y otros como Richard Wilbor trabajaban con una contención formal radical, Bishop se mantuvo al margen de esa corriente. Era toda voz, una voz desamparada. Cada frase de cada uno de sus poemas era corregida una y otra vez. Borraba y esperaba, y añadía y borraba otra vez. Buscaba una exactitud exquisita; atendía al detalle. Mientras sus contemporáneos abordaban el mundo interior –hablaban de ellos mismos– ella era toda ojos atentos al exterior.

Uno de sus poemas:

ONE ART
The art of losing isn’t hard to master;
so many things seem filled with the intent
to be lost that their loss is no disaster.

Lose something every day. Accept the fluster
of lost door keys, the hour badly spent.
The art of losing isn’t hard to master.

Then practice losing farther, losing faster:
places, and names, and where it was you meant
to travel. None of these will bring disaster.

I lost my mother’s watch. And look! my last, or
next-to-last, of three loved houses went.
The art of losing isn’t hard to master.

I lost two cities, lovely ones. And, vaster,
some realms I owned, two rivers, a continent.
I miss them, but it wasn’t a disaster.

– Even losing you (the joking voice, a gesture
I love) I shan’t have lied. It’s evident
the art of losing’s not too hard to master
though it may look like (Write it!) like disaster.

El arte de perder
El arte de perder no cuesta tanto
irlo aprendiendo (insisten las cosas
hasta tal punto en perderse, que el llanto

por ellas dura poco). Y el espanto
por perder algo cada día, rosas
que se deshojan, horas, llaves, cuanto

pueda ocurrírsele a uno, no es tanto.
Practica entonces perder más, y goza
el ritmo de la pérdida, su encanto:

pierde ciudades, nombres, y en Lepanto
pierde una mano, un destino, una moza:
nada de esto será para tanto.

Perdí el reloj de mi madre, y el manto
con que cubría mis hombros, la loza
en que tomaba el té, pero igual canto.

Perdí mi tierra, mi rumbo y aguanto
de lo más bien tanta pérdida. Es cosa
de acostumbrarse: no, no es para tanto.

Perderte a ti, por ejemplo, tu encanto
y tu cariño perder, dolorosa
prueba sería, pero nunca tanto
(aunque parezca condena espantosa).

 

Fuente: abc.es, Libros, Abril, 2016.