En busca de Gabo: Silvana Paternostro

Nunca antes una frase de Gabriel García Márquez tuvo tanto sentido como ahora, para escribir un libro sobre él. “Me consuela saber que alguna vez la historia oral podría ser mejor que la escrita y, sin saberlo, estemos inventando un nuevo género que le hace falta a la literatura: la ficción de la ficción”, escribió en Vivir para contarla en 2002.

Durante los últimos diez años, la periodista Silvana Paternostro decía a sus entrevistados y a quién fuera, que llevaba tiempo “acechando” a Gabriel García Márquez.  Una búsqueda que incluso representó un desencuentro con él. Le dedicó más tiempo entender a este ícono del periodismo narrativo y del boom latinoamericano, que a cualquier otra persona. Empezó a armar una historia oral en 2001 sobre quién era ese personaje hoy icónico, entrevistando a quienes lo conocieron, amigos, detractores y hasta parientes lejanos. Armó una suerte de rompecabezas, no de ese personaje público ganador de un premio Nobel de Literatura, sino de la persona de carne y hueso que estuvo detrás del escaparate. Una galería de voces, veinticuatro cintas grabadas entre Barranquilla, Cartagena, Bogotá y la Ciudad de México, que terminaron en un primer texto que publicó en The Paris Review.

Pero Paternostro se quedó con ganas de más. Tenía suficiente material para armar un libro. Hoy ese proyecto es una realidad. Soledad & compañía. Un retrato compartido de Gabriel García Márquez (Debate, 2014) es un boleto de entrada a una fiesta en la que todos hablan, gritan y opinan. Un libro que recuerda a ese género periodístico que puso de moda George Plimpton, con voces interpuestas a las que se les deja hablar. Es la gran lección que Paternostro le aprendió a “Gabo” en 1995, en un taller de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano: salir a buscar buenas historias y contarlas bien. Descubrió cosas valiosísimas: la gran contadora de historias que fue su abuela y siempre creyó que era algo congénito y hereditario; el padre que pensó que su hijo era un genio y tenía dos cerebros;  “Gabito” que se vestía con extravagancia, nunca usaba calcetines y se le veía con guayabera; el que se llevaba muy bien con los taxistas y frecuentaba los bares de la Calle del Crimen en Barranquilla; o el reportero de El Espectador, que andaba despeinado y con bolsas debajo de los ojos.

Aquí están las voces del fotógrafo Enrique Scopell, quien le contó todo a García Márquez sobre las peleas de gallos que terminaron en El coronel no tiene quien le escriba; María Luisa Elío, directora de cine española a quien le dedicó Cien años de soledad; Santiago Mutis, hijo de Álvaro Mutis, uno de los más cercanos amigos de Gabo, entre muchos otros más.

“La gente fue generosa con sus recuerdos. En Barranquilla hablé con sus vecinos de Aracataca (el modelo para Macondo, el pueblo de Cien años de soledad), donde él nació y vivió con sus abuelos varios años; y con sus amigos de Sucre (el lugar donde ocurrió el asesinato de Crónica de una muerte anunciada), a donde se mudó a los 13 años”, escribió en el artículo publicado en The Paris Review en 2000.

Esta es la historia de un muchacho de provincia que se propuso ser escritor hasta convertirse en uno de los autores más leídos, admirados e idolatrados; un gran ejercicio que hace de la conversación, un oficio periodístico.

Soledad & compañía. Un retrato compartido de Gabriel García Márquez
Silvana Paternostro
Debate, 2014

 

Fuente:http://www.gatopardo.com/EstilosHomeGP.php?Id=1028

 

Carrefour desembarca en el mercado del libro electrónico

La cadena de distribución francesa Carrefour va entrar en el negocio del libro electrónico mediante una doble iniciativa con la puesta en marcha de un portal con más de 30.000 títulos y el lanzamiento de su propio lector de libros digitales, denominado Nolimbook. De esta forma, pretende convertirse en una alternativa, tanto en el mercado español como latinoamericano, a los líderes del sector, que encabeza el gigante estadounidense Amazon, con su lector Kindle, y a la plataforma Tagus, lanzada el año pasado por El Corte Inglés y La Casa del Libro.

Con Nolim.es, la primera librería digital promovida por una cadena de gran consumo, Carrefour quiere situarse entre las tres primeras librerías digitales durante 2015. Actualmente, Nolim.es dispone de 30.000 libros en España y prevé alcanzar 200.000 títulos a corto plazo gracias a las sinergias con las grandes empresas de distribución del mercado de libros electrónicos, según indicó Carlos Fata, director de Cultura de la cadena.

La librería incluye narrativa, ensayo, libros prácticos, infantil o juvenil, entre otros géneros literarios, y hay catálogo y novedades, que se podrán adquirir libros desde 1 euro y descargárselo gracias al Wifi integrado que incorpora el dispositivo. También dispone de una sección de títulos gratuitos. Las novedades se podrán reservar con antelación a la fecha de lanzamiento y el cliente que reserve un libro recibirá un correo electrónico a las 00:01 del día del lanzamiento con el fichero del libro reservado.

El nuevo lector, realizado por un fabricante chino, tiene pantalla táctil de seis pulgadas y, alta definición, con dos modelos, uno apto para la luz del día (Nolimbook) y otro para pantalla iluminada (Nolimbook+), con un precio de 69 y 99 euros, respectivamente. Cuenta con una memoria interna de 4 GB, permite almacenar hasta 6.000 libros y su batería de 1900 mAh permite una autonomía de cuatro semanas en su versión básica y de hasta seis semanas en su versión superior.

La compañía también ha formado a más de 500 profesionales del equipo de ventas para garantizar una buena experiencia de compra al cliente, al que asesorará en formatos de descarga, características técnicas, principales diferencias respecto a otros dispositivos y funcionamiento de la librería digital.

La librería del gigante de la distribución permite la descarga en hasta 5 dispositivos para poder continuar con la lectura en el momento exacto de última conexión, y desde el dispositivo que se quiera: ordenador, tableta, móvil o e-reader.

La leche de la muerte: de Marguerite Yourcenar

LA LECHE DE LA MUERTE

(cuento)

Marguerite Yourcenar

La larga fila beige y gris de turistas se extendía por la calle principal de Ragusa; las gorras tejidas, los ricos sacos bordados se mecían con el viento a la entrada de las tiendas, encendían los ojos de los viajeros en busca de regalos baratos o disfraces para los bailes de a bordo. Hacía tanto calor como sólo hace en el Infierno. Las montañas desnudas de Herzegovina mantenían a Ragusa bajo fuegos de espejos ardientes. Philip Mild se metió a una cervecería alemana donde unas moscas gordas zumbaban en una semioscuridad sofocante. Paradójicamente, la terraza del restorán daba al Adriático, que volvía a aparecer ahí en plena ciudad, en el lugar más inesperado, sin que este súbito pasaje azul sirviera para otra cosa que para añadir un color más al abigarramiento de la plaza del mercado. Un hedor subía de un montón de desperdicios de pescados que algunas gaviotas casi insoportablemente blancas hurgaban. Ningún viento de alta mar llegaba a soplar. El compañero de camarote de Philip, el ingeniero Jules Boutrin, bebía sentado a la mesa de un velador de zinc, a la sombra de un quitasol color fuego que de lejos parecía una enorme naranja flotando en el mar.

—Cuéntame otra historia, viejo amigo, dijo Philip desplomándose pesadamente en una silla. Necesito un whisky y un buen relato frente al mar… La historia más bella y menos verosímil posible, que me haga olvidar las mentiras patrióticas y contradictorias de algunos periódicos que acabo de comprar en el muelle. Los italianos insultan a los eslavos, los eslavos a los griegos, los alemanes a los rusos, los franceses a Alemania y casi tanto a Inglaterra. Supongo que todos tienen razón. Hablemos de otra cosa… ¿Qué hiciste ayer en Scutari, donde tanto te interesaba ir a ver con tus propios ojos no sé qué turbinas?

—Nada, dijo el ingeniero. Aparte de echar un vistazo a dudosos trabajos de embalse, dediqué la mayor parte de mi tiempo a buscar una torre. He escuchado a tantas viejas servias narrarme la historia de la Torre de Scutari, que necesitaba localizar sus deteriorados ladrillos e inspeccionar si no tienen, como se afirma, una marca blanca… Pero el tiempo, las guerras y los campesinos de los alrededores, preocupados por consolidar los muros de sus granjas, lo demolieron piedra por piedra, y su memoria sólo vive en los cuentos. A propósito, Philip ¿eres tan afortunado de tener lo que se llama una buena madre?

—Qué pregunta, dijo negligentemente el joven inglés. Mi madre es bella, delgada, maquillada, resistente como el vidrio de una vitrina. ¿Qué más te puedo decir? Cuando salimos juntos, me toman por su hermano mayor.

—Eso es. Eres como todos nosotros. Cuando pienso que algunos idiotas suponen que a nuestra época le falta poesía, como si no tuviera sus surrealistas, sus profetas, sus estrellas de cine y sus dictadores. Créeme, Philip, de lo que carecemos es de realidades. La seda es artificial, los alimentos detestablemente sintéticos se parecen a esas copias de alimentos con que atiborran a las momias, y ya no existen las mujeres esterilizadas contra la desdicha y la vejez. Sólo en las leyendas de los países semibárbaros aún se encuentran criaturas de abundante leche y lágrimas de las que uno estaría orgulloso de ser hijo… ¿Dónde he oído hablar de un poeta que no podía amar a ninguna mujer porque en otra vida había conocido a Antígona? Un tipo como yo… Algunas docenas de madres y enamoradas, me han vuelto exigente frente a esas muñecas irrompibles que se hacen pasar por ser la realidad.

“Isolda por amante, y por hermana la hermosa Aude… Sí, pero la que yo hubiera querido por madre es una muchacha de una leyenda albanesa, la mujer de un reyezuelo de por aquí…

“Eran tres hermanos, que trabajaban construyendo una torre desde donde pudieran acechar a los saqueadores turcos. Ellos mismos se habían aplicado al trabajo, ya porque la mano de obra fuera rara, o costosa, o porque como buenos campesinos no se fiaran más que de sus propios brazos, y sus mujeres se turnaban para llevarles de comer. Pero cada vez que lograban avanzar lo suficiente como para colocar un montón de hierbas sobre el tejado, el viento de la noche y las brujas de la montaña tiraban su torre como Dios hizo que se derrumbara Babel. Existen muchas razones por las cuales una torre no se mantiene en pie, se puede atribuirlo a la torpeza de los obreros, a la mala disposición del terreno, o a la falta de cemento entre las piedras. Pero los campesinos servios, albaneses o búlgaros no reconocen a este desastre más que una causa: saben que un edificio se derrumba si no se ha tenido el cuidado de encerrar en sus cimientos a un hombre o a una mujer cuyo esqueleto sostendrá hasta el día del Juicio Final esa pesada carga de piedras. En Arta, Grecia, se enseña un puente donde una muchacha fue emparedada: parte de su cabellera sobresale por una grieta y cuelga sobre el agua como una planta rubia. Los tres hermanos comenzaron a mirarse con desconfianza y se cuidaban de no proyectar su sombra sobre el muro inacabado, pues se puede, a falta de algo mejor, encerrar en una obra en construcción esa negra prolongación del hombre que es tal vez su alma, y aquél cuya sombra se vuelve así prisionera muere como un desdichado herido por una pena de amor.

“En la noche, cada uno de los tres hermanos se sentaba lo más lejos posible del fuego, por miedo a que alguien se acercara silenciosamente por atrás y lanzara un costal sobre su sombra y se la llevara medio estrangulada, como un pichón negro. Su entusiasmo en el trabajo se debilitaba y angustia y fatiga bañaban de sudor sus frentes morenas. Finalmente, un día, el hermano mayor reunió a su alrededor a los otros dos y les dijo:

“—Hermanos menores, hermanos de sangre, leche y bautizo, si no terminamos la torre los turcos se deslizarán de nuevo a las orillas de este lago, disimulados tras las cañas. Violarán a nuestras criadas; quemarán en nuestros campos la promesa de pan futuro, crucificarán a nuestros campesinos en los espantapájaros de nuestros vergeles, quienes se transformarán así en alimento para cuervos. Hermanos míos, necesitamos unos de otros, y el trébol no puede sacrificar una de sus tres hojas. Pero cada uno de nosotros tiene una mujer joven y vigorosa, cuyos hombros y hermosa nuca están acostumbrados a soportar cargas pesadas. No decidamos nada, mis hermanos: dejemos la elección al Azar, ese prestanombres que es Dios. Mañana, al alba, emparedaremos en los cimientos de la torre a aquélla de nuestras mujeres que nos venga a traer de comer. No les pido más que el silencio de una noche, oh, mis menores, y que no abracemos con demasiadas lágrimas y suspiros a aquella que, después de todo, tiene dos posibilidades sobre tres de respirar todavía cuando el sol se oculte.

“Para él era fácil hablar así, pues detestaba en secreto a su joven mujer y quería deshacerse de ella para tomar en su lugar a una bella muchacha griega de cabellos rojizos. El segundo hermano no hizo ninguna objeción, porque esperaba prevenir a su mujer desde su regreso, y el único que protestó fue el menor, porque acostumbraba cumplir sus promesas. Enternecido por la generosidad de sus hermanos mayores, que renunciaban a lo que más querían en el mundo, terminó por dejarse convencer y prometió callarse toda la noche.

“Regresaron a las tiendas a esa hora del crepúsculo en que el fantasma de la luz muerta merodea todavía los campos. El segundo hermano llegó a su tienda de muy mal humor y ordenó rudamente a su mujer que lo ayudara a quitarse las botas. Cuando estuvo arrodillada frente a él, le aventó sus zapatos en plena cara y gritó:

“Hace ocho días que traigo la misma camisa, y llegará el domingo sin que pueda ponerme ropa limpia. Maldita holgazana, mañana, al despuntar el día, irás al lago con tu canasta de ropa y te quedarás ahí hasta la noche entre tu cepillo y tu bandeja. Si te alejas aunque sea el espesor de una semilla, morirás.

“Y la joven prometió temblando dedicarse a lavar todo el día siguiente.

“El mayor de los hermanos regresó a su casa muy decidido a no decir nada a su esposa cuyos besos lo ahogaban, y de quien ya no apreciaba la torpe belleza. Pero tenía una debilidad: hablaba dormido. La abundante matrona albanesa no durmió esa noche, preguntándose qué habría disgustado a su señor. De pronto escuchó a su marido mascullar jalando hacia sí el cobertor:

“—Querido corazón, pequeño corazón mío, pronto serás viudo… cómo estaremos tranquilos separados de la morena por los buenos ladrillos de la torre…

“Pero el menor regresó a su tienda pálido y resignado como un hombre que ha encontrado en el camino a la misma Muerte, guadaña al hombro, yendo a segar. Abrazó a su hijo en su cuna de mimbre, tomó tiernamente a su joven mujer entre sus brazos y ella lo escuchó sollozar toda la noche contra su corazón. La discreta mujer no le preguntó la causa de esa gran tristeza, pues no quería obligarlo a hacerle confidencias, y no necesitaba saber cuáles eran sus penas para intentar consolarlas.

“Al día siguiente, los tres hermanos tomaron sus picos y sus martillos y partieron con dirección a la torre. La mujer del segundo hermano preparó su canasta y fue a arrodillarse frente a la mujer del hermano mayor:

“—Hermana, dijo, querida hermana, hoy me toca llevarles de comer a los hombres; pero mi marido me ha ordenado bajo pena de muerte lavar sus camisas, y mi canasto está repleto.

“Hermana, querida hermana, dijo la mujer del hermano mayor, de todo corazón iría a llevarles de comer a nuestros hombres, pero un demonio se deslizó esta noche en uno de mis dientes… Ay, ay, ay, no soy buena más que para gritar de dolor…

“Y palmeó las manos sin ceremonia para llamar a la mujer del menor:

“—Mujer de nuestro hermano menor, dijo, querida mujer del más chico, ve allá en nuestro lugar a llevarles de comer a nuestros hombres, pues el camino es largo, nuestros pies están cansados, y somos menos jóvenes y ligeras que tú. Ve, querida pequeña, y llenaremos tu cesto de buenas viandas para que nuestros hombres te reciban con una sonrisa, Mensajera que calmarás su hambre.

“Y llenaron el cesto de pescados del lago confitados con miel y uvas de Corinto, de arroz envuelto en hojas de parra, queso de cabra y pasteles de almendra salada. La joven mujer puso tiernamente su hijo en los brazos de sus dos cuñadas y se fue por todo el camino, sola con su fardo sobre la cabeza, y su destino alrededor del cuello como una medalla bendita, invisible para todos, sobre la cual el propio Dios hubiera inscrito a qué género de muerte estaba destinada y a qué lugar en su cielo.

“Cuando los tres hombres la vieron de lejos, pequeña silueta aún indistinta, corrieron hacia ella; los dos primeros inquietos por el buen éxito de su estratagema y el más joven rogándole a Dios. El mayor contuvo una blasfemia al descubrir que no era su morena, y el segundo hermano agradeció al Señor en voz alta por haber salvado a su lavandera. Pero el menor se arrodilló, rodeando con sus brazos las caderas de la joven mujer, y sollozando le pidió perdón. Enseguida, se arrastró a los pies de sus hermanos y les suplicó tener piedad. Por último, se levantó e hizo brillar al sol el acero de su puñal. Un martillazo en la nuca lo lanzó jadeante a la orilla del camino. La joven mujer, espantada, había dejado caer su cesto, y la comida regada alegró a los perros. Cuando comprendió de qué se trataba, tendió las manos hacia el cielo:

“—Hermanos a los que nunca he faltado, hermanos por la sortija del matrimonio y la bendición del sacerdote, no me hagan morir, mejor avísenle a mi padre que es jefe de clan en la montaña, y él les proporcionará mil sirvientas que podrán sacrificar. No me maten: amo tanto la vida. No coloquen entre mi amado y yo el espesor de la piedra.

“Pero bruscamente se calló, porque se dio cuenta de que su joven marido, tirado a la orilla del camino, no movía los párpados y de que su cabello negro estaba sucio de sesos y sangre. Entonces, sin gritos ni lágrimas se dejó conducir por los hermanos hasta el nicho en el muro circular de la torre: dado que iba a la muerte por su propio pie, podía ahorrarse el llanto. Pero en el momento en que colocaban el primer ladrillo sobre sus pies calzados con sandalias rojas, se acordó de su hijo que tenía la costumbre de mordisquear sus suelas como un perro cachorro juguetón. Cálidas lágrimas rodaron por sus mejillas y vinieron a mezclarse con el cemento que la cuchara igualaba sobre la piedra:

“¡Ay! mis pequeños pies, dijo ella, ya no me llevarán hasta la cima de la colina para enseñarle más pronto mi cuerpo a mi amado. Ya no conocerán la frescura del agua corriente: sólo los Ángeles los lavarán, en la mañana de la Resurrección.

“Ladrillos y piedras se elevaron hasta sus rodillas cubiertas por un faldón dorado. Completamente erguida en el fondo de su nicho, parecía una María parada detrás de su altar.

“—Adiós, queridas manos, que cuelgan a lo largo de mi cuerpo, manos que ya no harán la comida, que no tejerán la lana, manos que ya no abrazarán al amado. Adiós, cadera mía, y tú, mi vientre, que no conocerás ni el parto ni el amor. Hijos que hubiera podido traer al mundo, hermanos que no tuve tiempo de dar a mi hijo, ustedes me acompañarán en esta prisión que es mi tumba, y donde permaneceré de pie, insomne, hasta el día del Juicio Final.

“El muro de piedra llegaba ya al pecho. Entonces, un escalofrío recorrió el torso de la joven mujer, y sus ojos suplicantes tuvieron una mirada semejante al gesto de dos manos tendidas.

“—Cuñados, dijo ella, en consideración no mía sino de su hermano muerto, piensen en mi hijo y no lo dejen morir de hambre. No empareden mi pecho, hermanos míos, que mis dos senos permanezcan accesibles bajo mi blusa bordada, y que todos los días me traigan a mi hijo, al alba, a mediodía y al crepúsculo. Mientras me queden algunas gotas de vida, descenderán hasta mis pezones para alimentar al hijo que traje al mundo, y el día que ya no tenga leche, beberá mi alma. Accedan, malvados hermanos, y si así lo hacen mi marido y yo no les haremos ningún reproche el día en que nos volvamos a encontrar frente a Dios.

“Los hermanos intimidados consintieron en satisfacer ese último deseo y dejaron un espacio a la altura de los senos. Entonces, la joven mujer murmuró:

“—Hermanos queridos, coloquen sus ladrillos frente a mi boca, porque los besos de los muertos asustan a los vivos, pero dejen una hendidura frente a mis ojos, para que pueda ver si mi leche aprovecha a mi hijo.

“Hicieron como ella había dicho, y dejaron una hendidura horizontal a la altura de sus ojos. Al crepúsculo, a la hora en que su madre acostumbraba amamantarlo, se condujo al niño por el camino polvoriento, bordeado de arbustos bajos que las cabras pastaban, y la torturada saludó la llegada del bebé con gritos de alegría y bendiciones dirigidas a los dos hermanos. Torrentes de leche manaron de sus senos duros y tibios, y cuando el niño, hecho de la misma sustancia que su corazón, se hubo adormecido contra su pecho, cantó con una voz que amortiguaba la espesura del muro de ladrillos. Cuando su bebé se separó del pecho, ordenó que lo llevaran a dormir al campamento; pero toda la noche la tierna melopea se escuchó bajo las estrellas, y esta canción de cuna entonada a distancia bastaba para que no llorara. Al día siguiente ya no cantaba, y con voz débil preguntó cómo había pasado la noche Vania. Al otro día se calló, pero todavía respiraba, porque sus senos, habitados por su aliento, subían y bajaban imperceptiblemente en su encierro. Días más tarde, su respiración fue a hacerle compañía a su voz, pero sus senos inmóviles no habían perdido nada de su dulce abundancia de fuentes, y el niño adormecido en la cavidad de su pecho, aún escuchaba su corazón. Luego, ese corazón tan bien conciliado con la vida espació sus latidos. Sus ojos lánguidos se apagaron como el reflejo de las estrellas en una cisterna sin agua y a través de la hendidura sólo se veían dos pupilas vidriosas que ya no miraban el cielo. A su vez, esas pupilas se dejaron lugar a dos órbitas hundidas al fondo de las cuales se percibía la Muerte, mas el joven pecho permanecía intacto y, durante dos años, a la aurora, a mediodía y al crepúsculo, el brote milagroso continuó, hasta que el niño abandonaba por sí mismo el pecho.

“Solamente entonces los senos agotados se desmoronaron y sólo quedó en el reborde de los ladrillos una pizca de cenizas blancas. Durante algunos siglos, las madres conmovidas venían a pasar el dedo por los ladrillos quemados y las grietas marcadas por la leche maravillosa, luego, incluso la torre desapareció, y el peso de las bóvedas dejó de ser una carga para ese ligero esqueleto de mujer. Por último, los propios huesos frágiles se dispersaron, y ya no queda ahí más que un viejo francés asado por este calor infernal, que repite al primero que llega esta historia digna de inspirar a los poetas tantas lágrimas como la de Andrómaca.”

En ese momento, una gitana cubierta por una espantosa y dorada sarna, se acercó a la mesa donde estaban acodados los dos hombres. Llevaba en los brazos a un niño cuyos ojos enfermos estaban cubiertos por una venda de andrajos. Se inclinó con el insolente servilismo propio de las razas miserables o imperiales, y sus enaguas amarillentas barrieron la tierra. El ingeniero la corrió rudamente, sin preocuparse de su voz que subía del tono de la súplica al de la maldición. El inglés la volvió a llamar para darle un dinar.

“—¿Qué te pasa, viejo soñador? dijo impaciente. Sus senos y sus collares bien valen los de tu heroína albanesa. Y el hijo que la acompaña es ciego.

—Conozco a esa mujer, respondió Jules Boutrin. Un médico de Ragusa me relató su historia. Hace meses que aplica repugnantes cataplasmas a su hijo que le inflaman los ojos y apiadan a los transeúntes. Todavía ve, pero muy pronto será lo que ella desea que sea: un ciego. Entonces esta mujer tendrá el sustento asegurado, y para toda la vida, porque el cuidado de un enfermo es una profesión lucrativa. Hay de madres a madres.

Marguerite Yourcenar, Cuentos orientales, Gallimard, Francia, 1963; traducción de Leticia Hülsz.

(Marguerite de Crayencour; Bruselas, 1903 – isla de Mount Desert, Maine, EE UU, 1987) Escritora francesa de origen belga.

Huérfana de madre desde su nacimiento, fue llevada muy pronto a Francia por el padre (natural de Lille) que, tras impartirle una educación bastante esmerada, la llevó siempre con él, en el curso de su cosmopolita existencia, comunicándole su amor por los viajes.

Cursó estudios universitarios, especializándose en cultura clásica, y empezó a publicar diez años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, aunque con escaso éxito. De esta primera época son las novelas Alexis o el tratado del inútil combate (1928), que comenzó a despertar el interés de la crítica: obra de corte gidiano, es una lúcida y desinhibida vivisección de un fracaso existencial; La Nouvelle Eurydice (1929), menos tensa e inspirada respecto Alexis: Denier du rêve (1934), historia de un atentado fracasado contra Mussolini, donde la violencia política ocupa el primer plano; y La mort conduit l’attelafe (1934), colección de tres cuentos.

Sus largas estancias en Grecia dieron origen a una serie de ensayos reunidos en Viaje a Grecia y llevaron a su maduración la idea originaría de Fuegos (1936), una obra esencialmente lírica compuesta de relatos míticos y legendarios. La misma dimensión mítica se deja traslucir en su colección de Cuentos orientales, publicada en 1938. El año siguiente aparece El tiro de gracia, basada en un hecho real, una historia de amor y de muerte en un país devastado durante las luchas antibolcheviques. Son importantes también varios ensayos, como Pindare (1932) y Les songes et les sorts (1938).

En 1939 la guerra la sorprendió en los Estados Unidos y allí fijó su residencia, en Maine, dedicándose en un principio a la enseñanza y adquiriendo la nacionalidad norteamericana en 1948. Llevó a cabo también en este período una serie de refinadas traducciones de textos de diversa naturaleza: obras de Virginia Wolf, Henry James y K. Kavafis y la antología de poesía griega antigua La couronne et la lyre.

Su fama como novelista la debe a dos grandes novelas históricas que han tenido gran resonancia: Memorias de Adriano (1951), reconstrucción histórica realizada con gran celo documental de la vida del más ilustrado de los emperadores romanos. Escrita a modo de carta dirigida como testamento espiritual a su sucesor designado, es una meditación del hombre sobre sí mismo, e ilustra el único remedio posible a la angustia de la muerte: la voluntad de vivir conscientemente, asumiendo el deber principal del hombre que es el perfeccionamiento interior. La otra fue Opus nigrum (1965), obra fruto de cuidadosas investigaciones, que gira en torno a la figura del médico alquimista y filósofo Zenón, intelectual enfrentado a los problemas del conocimiento.

!Feliz Navidad y un próspero 2015!

!Queridos lectores y lectoras!
Antes que nada reciban un caluroso abrazo. Asimismo les agradezco su apoyo en esta nueva aventura literaria. Escribir siempre fue uno de mis sueños y ahora es una realidad. Este blog refleja mi amor y pasión por los libros, y por eso trato de compartirles la mejor información que encuentro con el objetivo de alimentar este hábito maravilloso que es la lectura. Ya han pasado 5 meses y la aventura continua y por ello les reitero mi agradecimiento. También aprovecho la ocasión para desearles ¡una maravillosa y feliz Navidad en compañía de sus seres queridos! De igual forma que el 2015 este lleno de salud, de nuevos proyectos, de éxitos, este año nuevo siempre nos da la oportunidad de recomenzar y escribir un nuevo capitulo en nuestras vidas. Aprovechémoslo para terminar aquello que ha quedado pendiente! y no se rindan, sigan luchando!
Sinceramente
Lorena Lacaille

NO TE RINDAS – Mario Benedetti

 

Siete palabras que debemos erradicar del castellano en 2015

Además de ser el año del caballo, según el horóscopo chino, 2014 también ha sido el del culo –verbigracia de Kim Kardashian e Iggy Azalea- y el del amor/odio a las listas. Luego no hay mejor ni más coherente forma de rendirle homenaje que con un inventario.

En este caso, uno de palabras que merecen el mismo destino que el año saliente: su extinción irreversible. Montar un Change.org para exigir su eliminación del diccionario de la Real Academia de la Lengua resultaría un tanto exagerado (y agotador), pero, al menos, su uso y abuso merece cierta reflexión en estas semanas de balance vital:

Lo auténticamente terrible es oír a miembros de la generación EGB pronunciar estos palabros con impostada despreocupación, como si la hubiesen escrito mil veces en sus cuadernillos Rubio

Gentrificación. Sin duda una de las palabra cuya utilización se ha extendido cual gripe aviar durante 2013 y 2014. Asevera la Wikipedia que se trata de un término originario del inglés gentrification, y define el proceso de transformación por el que la población original de un barrio deteriorado es progresivamente desplazada por otra de un mayor nivel adquisitivo a la vez que se renueva. Ya saben, el barrio madrileño de Chueca se gentrificó cuando aún no habíamos oído hablar de esa palabra. Williamsburg, en Brooklyn, convirtió el concepto en algo cool (a por ese terminejo también deberíamos ir pronto), y como buen producto hípster (ídem) pasó a ser lo peor en el mismo momento en el que el gran público lo asumió como algo deseable. Decir que tu distrito se está gentrificando equivale a decir que tiene una plaga de chinches (a veces, como en el madrileño Lavapiés, pueden pasar las dos cosas a la vez). Pero lo auténticamente terrible es oír a miembros de la generación EGB pronunciar este palabro con impostada despreocupación, como si la hubiesen escrito mil veces en sus cuadernillos Rubio, y buscar cualquier excusa para colarla en una conversación. Lo sentimos: aunque digas tres veces gentrificación delante de un espejo no volverás a la veintena ni te convertirás en el dueño de un panadería artesanal en Estocolmo. Esto no va así. Pero entendemos que no existe, de momento, ninguna palabra para sustituirla.

Bizarro. Desde la críticas de música más pretenciosas hasta las conversaciones que comienzan en la barra de bares pseudomodernos y pretenden terminar en camas flanqueadas por pilas de libros a modo de mesilla de noche, el término bizarro ha sido mal empleado desde hace un lustro. Según la RAE es «algo o alguien valiente» o, en su segunda acepción, «generoso, lúcido o espléndido». Algo bizarro no es algo raro. Ese es su significado en inglés, no en castellano. “Tío, dice que le gusta Víctor Manuel, qué bizarro”. Desde luego confesarlo lo es, pero en su primera acepción. Hay personas que sostienen que da igual, que valiente es sinónimo de raro. Ellos sí que lo son.

Existen preciosas palabras en castellano para sustituirlas: fecha límite, formulario y en cuanto puedas

Deadline, call sheet, asap (de as soon as possible). John Waters dijo, “si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo folles”. Bien, pues si recibes un correo de alguien en el que se utilicen alguno o todos estos términos (y es muy probable que suceda si trabajas en el mundo de la publicidad, el márketing, la moda o la economía), tampoco lo hagas. Existen preciosas palabras en castellano para sustituirlas: fecha límite, formulario y tan pronto como puedas, respectivamente.

Empoderación. El diccionario panhispático de dudas habla de este concepto. Explica que es un calco del inglés to empower y que ya existía en español como variante desusada de apoderar. Como con los pantalones a cintura alta y los petos, algunos sienten que hay cosas que nunca deberían volver a ponerse de moda. Sí, es cierto, que conceptos como “la empoderación de la mujer” resultan mucho más largos de expresar con otras palabras (La ganancia de poder por parte de las mujeres), pero en esta vida la funcionalidad no lo es todo. Si no vestiríamos todos sacos o monos y utilizaríamos el lenguaje binario.

Emprendurismo, emprendedurismo y emprendeduría. Antes decíamos montar un negocio, pero hoy sucede lo mismo que con la palabra empresario: el concepto está cargado de connotaciones negativas. En el subconsciente colectivo, el empresario es un explotador laboral y avaricioso que vive en una casa enorme, mientras que al emprendedor se le presupone cierto grado de creatividad, buenas intenciones y, si es hombre, una barba bien espesa. Si pones en marcha una empresa de lanas eres un empresario; si la lana es orgánica y, además, dedicas parte de tu capacidad fabril a elaborar abrigos para bebés foca entonces eres un emprendedor. Sea como fuere la palabra adecuada para referirse a tu actividad es emprendimiento. Ya lo dice la Fundación del español urgente, Fundéu, son traducciones inadecuadas de la palabra inglesa entrepreneurship, por lo que se recomienda emplear emprendimiento, que ya figura en el avance de la vigésima tercera edición del Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española, con los significados de «acción y efecto de emprender (acometer una obra)» y «cualidad de emprendedor».

Nadie puede negar que petar se trata de un verbo muy versátil dentro del lenguaje coloquial, con usos que van desde el campo semántico del éxito al sexual

Petar. Nadie puede negar que se trata de un verbo muy versátil dentro del lenguaje coloquial, con usos que van desde el campo semántico del éxito al sexual. De hecho, se ha utilizado tan profusamente y con tan variados significados, que está a punto de no significar nada. Según la RAE, es sinónimo de agradar y golpear el suelo. Quizá haya llegado el momento de guardarla en el mismo cajón lingüístico que chachi y guay.

Reu y presu. Los Zipi y Zape de la jerga laboral. El director de la RAE, José Manuel Blecua, reconoció en la presentación de la última edición del diccionario que los académicos debatieron “hasta el final” la incorporación de finde, como sinónimo, obviamente, de fin de semana. No pudo ser y, quizá, sea mejor así. Porque la aceptación de un diminutivo como equivalente a la palabra completa puede abrir una puerta inquietante. Si usted trabaja en una empresa, estará harto de oír hablar de reus y presus. Términos que algunos osan plasmar en correos electrónicos oficiales ¿De verdad hay alguien que ande tan falto de tiempo y saliva que el ahorro de cuatro y seis letras respectivamente (reunión, presupuesto) le suponga un avance? Si no parece profesional ni maduro pedirse prime para elegir los turnos de vacaciones, tampoco lo es pasar un presu.

Y un añadido: Tener sexo. Sí, sabemos que no es una palabras, sino dos. Un concepto que tiene otros tantos problemas. Primero, todos tenemos sexo (femenino o masculino. Los hay que incluso tienen ambos). Segundo: Es cierto que en inglés se dice to have sex (literalmente, tener sexo), pero no es una expresión empleada de forma tan usual en Estados Unidos como nos quieren convencer las sitcom y sus horribles, horribles doblajes al español.En los países hispanohablantes tenemos nuestras propias expresiones para referirnos al acto sexual: practicar sexo, practicar el coito y todo un catálogo de verbos que se acerca en volumen al de palabras que manejan los esquimales para referirse a la nieve. Con tan vasto y rico vocabulario ¿por qué importar un concepto impreciso? ¿Nos parece menos escabroso, menos descriptivo? ¿Qué se supone que implica tener sexo? Dejemos de hablar como en las series y empecemos a hablar como en la vida real. Si alguien te dice que quiere «tener sexo contigo» di no. Por militancia y porque no sabes exactamente qué te está ofreciendo.

fuente: http://elpais.com/elpais/2014/12/09/icon/1418146340_120789.html

 

Vicente Leñero: abecedario personal de un hombre de palabras

Es la víspera de su cumpleaños número ochenta, a celebrarse el domingo 9 de junio, Confabulario le propone no la entrevista convencional sino el armado de un abecedario, de la A a la Zeta, como mapa de una vida

Vicente Leñero

Vicente Leñero nació en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, el 9 de junio de 1933. Fue elegido el 11 de marzo de 2010 para ser el 4° ocupante de la silla XXVIII. Tomó posesión el 26 de mayo de 2011.

Estudió ingeniería civil en la Universidad Autónoma Nacional de México y periodismo en la Escuela Carlos Septién García. Entre sus obras destacan Los albañiles (1963), El garabato (1967), El evangelio de Lucas Gavilán (1979), Asesinato (1985) y La vida que se va (1999). Fue subdirector de la revista Proceso de 1977 a 1998. Además, recibió la beca del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid en 1956, y a finales de la década siguiente, las del Centro Mexicano de Escritores y la Fundación Guggenheim.

Ha recibido importantes reconocimientos como el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 1963, el premio Xavier Villaurrutia por su antología La inocencia de este mundo en 2001 y el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México, en el área de Lingüística y Literatura, edición del 2001.

La noche de los feos: Benedetti

LA NOCHE DE LOS FEOS

(cuento)

Mario Benedetti

 

1

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

“¿Qué está pensando?”, pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

“Un lugar común”, dijo. “Tal para cual”.

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

“Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?”

“Sí”, dijo, todavía mirándome.

“Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida.”

“Sí.”

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

“Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo.”

“¿Algo cómo qué?”

“Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad.”

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

“Prométame no tomarme como un chiflado.”

“Prometo.”

“La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?”

“No.”

“¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?”

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

“Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca.”

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

“Vamos”, dijo.

cuento breve, cuento corto, mario benedetti, noche de los feos

2

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

El recorrido biográfico e intelectual de Octavio Paz

La escritora mexicana Guadalupe Nettel publica un volumen donde propone una nueva aproximación a la figura del autor de ‘El laberinto de la soledad’.

Portada de Octavio Paz

Octavio Paz. Las palabras en libertad recorre el itinerario intelectual y biográfico de uno de los pensadores más importantes del siglo pasado y uno de los poetas hispanoamericanos más destacados de todos los tiempos. El análisis que propone Guadalupe Nettel tiene por brújula la evolución de la idea de libertad en la obra del Nobel mexicano a lo largo de cuatro periodos: sus comienzos literarios en México y el viaje a España durante la Guerra Civil; París y su relación con los surrealistas y la izquierda no alineada su larga estancia en Oriente, y por último el regreso definitivo a México. A través de este itinerario, el libro revisa la relación entre la vida y la obra de Paz.

«Guadalupe Nettel es una de las escritoras con mejor toque literario de la narrativa mexicana actual: llega al tuétano sin romper el hueso.»
Qué Leer

Haz clic para acceder a primeras-paginas-octavio-paz.pdf

 

Carolina

El horno de la estufa está encendido. Lo primero que me pone a hacer es pelar las zanahorias. Carolina hace el primer corte para enseñarme cómo cortarlas en palitos para acompañar el humus. La cocina de la casa a la que se mudó es más o menos amplia para las dimensiones reducidas que se acostumbran en Nueva York. Es un amplio departamento en el centro de Brooklyn, al que llegó desde Santiago de Chile y al que regresó después de vivir conmigo. Tiene una isla y gabinetes blancos y sobre estos hay una fotografía grande (muy famosa) de los pasillos de un supermercado. Ahora me pone a cortar pimientos enanos rojos, amarillos y naranjas que se rellenarán de calabazas picadas con una mezcla de queso parmesano y feta, que se le ocurre al mirar dentro del refrigerador. Yo estoy sentada en un banco y ella se mueve de un lado a otro: pone agua a hervir, lava las verduras, corta los quesos. En la misma charola de aluminio donde van los pimientos rellenos, que tendré que comer aunque me parezcan muy amargos, coloca un árbol de kale que celebro como una niña pequeña cuando sugiere tostarlo.

A pesar de que es de noche, un gran tubo de acero taladra una calle cercana. La velocidad de la penetración es sonora y dolorosa. Le pregunto, como si no me importara, exagerando el interés, por el chef con el que ha estado acostándose, que se enamoró más o menos de ella y al que ella más o menos aconsejó, como toda una neoyorquina, que no confiara en que ella desarrollaría más sentimientos por él que el cariño y el deseo que ya siente. “El tema –dice– se resolvió cuando le dije que me iba; así empecé a irme de aquí.”

Tomamos té de menta porque yo no puedo beber alcohol, tengo una vena tapada en el brazo izquierdo y me administro un coctel de antibióticos y anticoagulantes que me permite jugar el papel de enferma; de lo contrario habríamos tomado algún vino tinto que me habría alegrado la cena. En un refractario de cristal estira salmón barato.

Carolina cocinaba casi todos los días cuando vivíamos juntas en mi departamento al norte de Brooklyn. Por ella aprendí a preparar cuscúsy quínoa, que a mí nunca se me habría ocurrido comprar en el supermercado al que íbamos los lunes por las noches, cuando salíamos cada una de su universidad, yo de clases y ella de trabajar; cenábamos en un diner special hindú al que los comensales pueden llevar su propio alcohol y que nos quedaba de camino hacia el metro para salir de Manhattan.

En la casa donde crecí se cocinaba poco; a mi madre se le queman las quesadillas y mi padre sabe hacer huevos fritos, hot cakes de caja, que voltea en el aire, y su tortilla de patatas, prueba de su otra nacionalidad. Ella, en cambio, creció con su abuela, quien le transmitió la sabiduría para experimentar con la lógica de los sabores, una sensibilidad milenaria para combinar las hierbas y los aceites, según los granos o las carnes. Yo le aprendí a Carolina a crecer hojas de albahaca para molerlas y sazonar el queso ricota o a tostar las semillas de girasol –a las que ella llama semillas de maravilla– para esparcirlas sobre las ensaladas; las primeras veces que realicé aquella labor se me quemaban porque me distraía, pero con el tiempo aprendí a ser cuidadosa.

Con las manos ocupadas, hablamos de mi problema de circulación: aprovechando el regreso me atenderé en mi país. Tengo la cita con el hematólogo al día siguiente de que aterrice en la ciudad de México. Me comprometo a mandarle un correo para contarle si será necesaria la operación. Ojalá que no, dice.

Ella está bien, se ve tranquila, lo que entre nosotras significa la victoria. No tiene una sola arruga, si acaso las ojeras son más oscuras y supongo que el suéter holgado, más que una moda, es una estrategia para esconderme cierta grasa abdominal. Lleva tenis negros y pantalones de mezclilla embarrados en tonos oscuros y claros como se usaban en los ochenta. Yo sigo hablando y vaciando pequeños pimientos, ella tira los esqueletos en el bote de la basura. Le pregunto cómo está, con este tono extendido que pregunta realmente cómo está, una vez que atravesamos las capas de obviedad y cuidando mi obsesión por las relaciones que Carolina tiene con otras personas. Desde que se fue de mi casa, me prohibí hacer el tipo de preguntas cuyas respuestas mencionen a esas personas más cercanas a ella que yo –que cuando se vaya organizarán cenas íntimas para despedirla y llorarán en el aeropuerto–. A mí, no creo que nadie se ofrezca a llevarme.

Quiere saber cuándo me regreso aunque mi regreso y su regreso no tengan nada que ver. Me imagino que en alguno de sus cuadernos ha dibujado un mapa conceptual a colores para los pendientes que tiene que resolver antes de irse: pagar deudas, vender muebles y la bicicleta, cerrar cuentas, visitar museos, comprar libros y películas, despedirse de sus amigos, entre ellos yo; mi nombre en uno de varios circulitos de ese meticuloso mapa. “A finales del verano –respondo–, seamos honestas, siempre he querido regresar.” Asiente con la cabeza, agranda los ojos, como si hubiera llegado el momento de la verdad, ese momento que debatimos tantas madrugadas. No está preocupada por mí. Se alegra de cualquier manera y yo sé que, aunque no me lo diga, se alegra de que yo también me vaya porque tal vez sienta que no es la única que se va.

Para no hablar de ella me pregunta por mi programa de radio (hace mucho tiempo que no lo escucha) y por mi madre, que hoy mismo voló a México después de visitarme para las vacaciones de primavera. “Tal vez ha sido el último viaje que hago con ella, la encontré vieja, con el cuerpo colgándole, arrastrándolo –respondo–. Fuimos a Washington una semana. Mi madre tenía el brazo derecho enyesado; se lo rompió en el hospital cuando llevó a mi padre porque a él no dejaba de sangrarle la nariz. Los dedos de la mano del brazo roto se amorataban por la presión del yeso y el frío los despellejaba. Le quitan el yeso mañana.”

Le cuento que, en el pequeño bloc de notas con el logo del hotel, mi madre apuntaba con letra infantil los gastos que yo hacía con las dos manos, para pagármelos al final del viaje. Podía bañarse sola pero yo le abotonaba las camisas y los suéteres, se sentaba en una silla frente al espejo y me daba instrucciones para peinarla; le ponía el abrigo y le prendía los cigarros mentolados, deslizaba su tarjeta en el torniquete del metro y le cortaba la comida en pedacitos. En las madrugadas me despertaba con sus ronquidos, como burbujas de mocos reventándose dentro de su enorme nariz; algo hierve ahí adentro. No se lo dije a Carolina, pero cuando dormía en posición fetal, en la misma cama que mi madre, una de mis rodillas alcanzaba su espalda baja y el dorso de mi mano rozaba la piel apiñonada, de poros sin fondo, del brazo sano de mi madre. Mi primera piel. No me atreví a tomar su brazo con mi mano.

Le cuento que a mi madre ahora, de repente, será por la vejez, le da por hablar en francés. Mis padres hablaban en francés cuando no querían que mi hermana y yo los entendiéramos; nos recordaban que nosotras habíamos llegado tarde a sus vidas, después de París. Ese París que mi madre trató de mostrarme hace quince años entre la nostalgia y el cansancio de nuestro primer viaje solas. Tal vez, le digo a Carolina, este último viaje fue la primera vez que no espero más de ella. Voy a escribir sobre mi madre ahora que nos hemos deshilvanado. Me dice que los hijos tardan unos meses en entender que el cuerpo de la madre no es su propio cuerpo y enseguida me pregunta si en Washington los cerezos han florecido, mientras se sienta en un banco al otro lado del counter de la cocina, al cual ella llama isla.

El kale al horno es delicioso, repetimos. A ella también le desagradan los pimientos y nos permitimos comer solo el relleno y tirar los gorritos de colores a la basura orgánica.

Carolina llegó hace cuatro años a Nueva York, yo llegué un año después. Ella había habitado más casas y tenía más relaciones pero coincidíamos en cierta tristeza que nos dedicamos a deshebrar en equipo por un año. Aprendimos a catar mariguanas de la costa oeste para navegar la curiosidad que despertaba la exploración de nuestras respectivas soledades. Leíamos pasajes de Bill Viola y de Lina Meruane para amasarlos hasta que tuvieran forma de filosofía de vida. Tratábamos de perdonarnos, como alcohólicas en rehabilitación, las malas decisiones que cada una había tomado para hacer las paces con nuestra adultez. Hablábamos de nuestros exnovios y de la cocaína por la que nos dejaron. Dábamos vueltas y vueltas a la pista del parque McCarren en las madrugadas, mientras los hipsters blancos dormían; los detestábamos y nos atraían al mismo tiempo, debajo de esa contradicción envidiábamos la naturalidad con la que ellos se desenvolvían sin aparente nostalgia; nosotras no éramos suficientemente prácticas y éramos demasiado contemplativas.

Yo me encomendé a Carolina como a una tabla de salvación por mi dificultad para relacionarme con los habitantes de Nueva York. Si ella me quería y me valoraba, había una pizca de normalidad en mí. Fue la única persona a la que no tuve miedo de decepcionar; el único cuerpo que se observaba mutar con la misma paciencia que me escuchaba narrar las deformaciones propias.

Los platos se vaciaron. Llega un rubio que vive en una de las habitaciones del departamento. Entra a la cocina para tomar agua y le pregunta a Carolina por su día sin mirarme una sola vez. Ella no me presenta. Tengo que preguntarle al gringo a qué se dedica para intentar que me incluya en la conversación. Responde que es abogado para una organización que defiende algún tipo de derechos humanos y procede a ignorarme de nuevo. Cuando sale de la cocina exclamo que me parece guapo y ella me dice que él habla español. Ah, ¿sí? “Sí, bastante bien.”

Ella sirve otra jarra de té de menta y me pregunta por la novela. ¿Cuándo voy a enseñársela? Mi relación con la escritura es abierta, contesto. Vine hasta aquí para comprometerme con esta pero me siguen distrayendo otras actividades. Sin embargo, me ocupo de mis textos con un cuidado lento, criándolos como hijos. No quiero mandarlos sin lunch a la escuela, no quiero darles dinero y que compren papas y refrescos, pues no tenemos cuerpos que aguanten una mala nutrición. A mis treinta años ya se me tapó una vena, no podemos darnos el lujo de saturar nuestro cuerpo de grasas. Si mis textos son mujeres, casi puedo jurar que tendrán problemas hormonales como los tuve yo, mi hermana y mi madre. No podrán tomar anticonceptivos y tendrán que usar solo condón; si acaso tienen mala circulación, entonces tampoco podrán fumar (los estudios para comprobar si heredaron la sobreproducción de coágulos son tan caros que será mejor no correr riesgos desde el principio). Si –como mi padre– tienen fragilidad capilar, tendrán que aprender a contener su sangre. Mi abuela murió de cáncer en el páncreas y la hermana de mi madre tuvo cáncer en el útero, tenemos genes malditos.

Espero que no quieran gustarles a los demás, que no desarrollen cierta capacidad camaleónica que satisfaga las necesidades de quienes los lean solo porque tienen miedo al abandono. Ni quiero que tengan hijos solo para sentir amor incondicional, para ser el texto más importante en la vida de otro; ni que huyan, de país en país, para sacudirse compromisos. Quiero que sean textos que se dejen querer, con relaciones sanas; que no acepten humillaciones y que sepan defenderse cuando otros textos más atrevidos y mejor escritos, o tal vez cabrones, les bajen la falda en la escuela. Que no compitan con sus hermanos: con tan pocos textos, no creo sentir más amor por uno que por otro. Que no beban mucho; prefiero que fumen mariguana. Ojalá que no tengan que ir a psicoanálisis porque no tendré dinero para pagarlo. Carolina suelta una risa forzada.

Desde la otra esquina del departamento, uno de sus roommates, Giovanni, de 65 años, quien tiene el contrato de la casa, le grita preguntas a Carolina sobre cómo usar un programa de edición de video. Ella se levanta a responderle después de sonreírme por la ternura que le causa que el viejo esté aprendiendo a editar videos. (Siempre tengo que compartirla.) El techo es muy alto y no me había dado cuenta de que lo recorren hilos transparentes de los que cuelgan ridícula y desordenadamente plumas negras y blancas, supongo que artificiales. Frente a la cocina hay un librero también blanco que cubre toda la pared, con una televisión desconectada y muchos huecos que quedan entre pocos libros, que deben ser del viejo comunista de la esquina, a quien también le tengo celos.

Me quedo sola en la isla blanca con una taza de su té de menta, dentro de un espacio más habitable que yo, con rastros de Carolina como si esta hubiera sido desde siempre su casa. Veo un sartén que yo usaba para cocinar recetas fáciles, los saleros con forma de gato y perro que compramos en un mercado de pulgas en un área de Brooklyn, very whity, cerca del río; la canasta de los condimentos y la maceta flotante que se dio a la tarea de colgar o que habrán colgado entre todos los que viven aquí. La espero reposando en mis articulaciones espesas, recuerdo que el doctor me dijo que mi corazón palpita menos de las cien mil veces que debería por día; me acompaña el ritmo de la perforación de la tierra que en unos meses nos desecha.

Ya hemos cubierto el asunto de mi decisión de volver, de mi vena tapada, la visita de mi madre y mi irresponsabilidad con la escritura. Hablamos ahora de su trabajo grabando el trabajo creativo de una poeta y pintora también chilena. La filma cuando pinta en su casa, cuando recita en eventos literarios, cuando escribe en los cafés, la entrevista. La artista le paga por hacer videos que acompañen sus presentaciones y es así como Carolina, poco a poco, ha reunido más material del que necesita para hacer su propio documental. De entre todas las obras de la artista, le llama la atención una pintura que tiene que repetir para un museo de Londres porque se perdió la original. Le interesa el proceso frustrante de la artista para recuperar el trazo: lo estudia, lo copia, lo calca y lo pinta varias veces entre mentadas de madre.

Carolina parece madura, haciendo, muy lejos de mí, una cotidianidad que me alegra y me entristece porque no me necesita. Está igual de lúcida que siempre, o más. Escucho con atención su voz que se encoge, como si la próxima palabra fuera a susurrarla y todo lo que dijera fuera un secreto, pero nunca llegamos al secreto que contiene su cuerpo o más bien nunca llego yo, si acaso está reservado para aquellas otras personas que conocen los matices de su voz. El pelo crespo se le ha desordenado. Lo lleva más corto de un lado, si le estorba en la frente, se lo enrolla con el dedo índice. Hago una nota mental de cómo el cabello le obedece y usa la curvatura de sus rizos para cuando me sienta valiente y pueda escribir sobre Carolina, para apropiarme de ella, en el cuaderno triste donde hago acopio de mis fracasos.

Sus planes consisten en llevarse la documentación de la artista y empezar a seleccionar escenas en Santiago. Si consigue un trabajo como profesora en una universidad, se irá en un mes; si no, en dos. En ninguno de los planteamientos menciona si volveremos a vernos para aprovechar que estamos en la misma ciudad, quizás, por última vez.

Me esfuerzo por retener su imagen cuando ella no se da cuenta de que la observo, no importa que después me duela recordar que no ha habido, en todas las horas que llevo en esta otra vida, una sola señal de esperanza en nosotras. He atestiguado sin argumentos cómo se descompone nuestra relación en favor de la novedad, como todas las relaciones de esta ciudad. Sin quererlo ella ni quererlo yo, mi presencia le provoca culpa por abandonarme, una culpa que no se cuela a su itinerario cotidiano, un sentimiento que se desconfigura cuando no estoy, que se nos aparece en esta cena pero que es muy tarde para mencionar. Ella es una flor delicada que sabe esquivar conversaciones. No hablamos de por qué se fue de la casa que compartíamos. Si acaso yo le incomodaba nunca lo aceptó. No hablamos de sus demonios. No hablamos de por qué una tarde regresé a Nueva York y mi casa estaba deshabitada, sin ella y sin mi permiso. No hablamos de los sentimientos que no le cobré. No le digo que todos los días aprendo que mi amor por ella es más pequeño que su libertad, ni hablamos de que yo nunca he sido correspondida. Lo que queda entre Carolina y yo es la distancia, calles y compromisos, y después países y horarios. Ese himen tembloroso de pasado que nos permite despedirnos se da esta noche por roto. Si no es la nostalgia, no habrá tradición que nos reúna.

Entra a la cocina una chica que resulta ser francesa y traductora de la onu, está quedándose en el cuarto de visitas. Habla un inglés británico sin rastro de otra nacionalidad, se lo decimos asombradas. No habla español. Carolina y yo repetimos esa conversación sobre las diferencias entre su español y el mío, que tantas veces hemos puesto en escena para otros extranjeros. Ella dice: “Los chilenos cambiamos la ese por la i en los verbos”, y yo digo: “Ha de ser porque están tan lejos”; la misma razón por la que sospecho que los chilenos son tan seguros de sí mismos. Da un ejemplo: “¿Cómo estái?” Menciona más violaciones al castellano: “Nos comemos los finales de las palabras.” Tienen una palabra, huevón, que sirve de sustantivo, verbo, adjetivo, digo yo, y agrego que en la universidad, donde doy clases de español a alumnos de licenciatura, no contratan chilenos. Da otro ejemplo: “Putalahueeahueonnohuevees.” Pero los dos abusamos del diminutivo, completa ella. Esta vez me entero de que el mexicano es el segundo acento favorito de Carolina después del colombiano, estamos a la par del peruano. Pienso, entonces, que siempre le ha parecido agradable mi forma de hablar y yo, carajo, no lo sabía.

La traductora nos invita unos mangos fascinada por haberlos encontrado en el mercado y Carolina advierte que a mí no me gusta la fruta. Yo levanto los hombros, I know I’m gonna die young. Propone que ahora que cumpla treinta años y vuelva a mi país las pruebe todas hasta encontrar cuál es mi fruta, aplicando su idea motivacional del atleta espiritual.

No sé si voy a quedarme a dormir, es la media noche, el tren G empieza a pasar cada vez menos y tengo el pretexto de las pastillas que como efecto secundario me dan sueño. Podría irme a casa, son apenas cuatro estaciones. Me ofrece quedarme si no me importa dormir con ella porque el cuarto de visitas está ocupado por la parisina. Me habría ofendido dormir en otra cama pero nomás niego con la cabeza.

Atravesamos la sala hasta su cuarto, pasamos por detrás del viejo sentado al frente de su computadora, nos lanza un good night cantado que Carolina apura. Yo no respondo.

Su habitación no es muy diferente a la anterior. Una cama al centro contra la pared, la misma cubierta blanca de Ikea con tejidos de figuras geométricas, que ella compró antes de conocerme; las mesitas de noche; la de su lado tiene el radio que sintoniza las noticias como despertador y que varias veces me sintonizó a mí los lunes a las diez de la mañana, cuando ella se interesaba por mí,me pedía canciones y comentaba si se me notaban o no los nervios por hablar en inglés. En una esquina están su escritorio con una computadora portátil y un monitor en el que la vi revisar cien veces su primer corto. Pregunto de qué lado dormir: “Del opuesto al radio.” Me presta unos shorts deportivos que no había visto y una playera que siempre me ha gustado, color lila con un número blanco en la espalda, que me pongo antes de quitarme los pantalones al momento en que ella mira su pantalla estimando cuánto tiempo de trabajo le queda. Le digo que me gusta mucho la playera. “¿Esa?”, dice con desprecio. “Sí, me encanta.” “Te la regalo, poh”, agrega sin voltear. Una playera menos que llevarse.

Me siento del lado que me asignó de la cama, cruzo las piernas. Tengo miedo de que escuche mi estómago revolverse. Tengo sueño pero quiero alargar la noche. Le sugiero que trabaje un poco más y yo termino un texto pendiente que me invento. Se pone los audífonos. Contemplo su silueta en contraste con la pantalla donde escribe los subtítulos de ese breve documental que fue su primera tarea en la escuela de cine y que por fin se animó a mandar a un concurso. Yo, en realidad, limpio el escritorio de mi computadora portátil. Arrastro al bote de la basura textos y artículos que no volveré a leer, notas que ya no tienen sentido, algunas fotografías, programas de radio viejos y casi todos los archivos de música.

Se quita el audífono de la oreja más cercana a mí y me pregunta, “God, isn’t it amazing? Es ‘Dios, ¿no es cierto que es increíble?’ o ‘Dios, es increíble, ¿no es cierto?’” “No –respondo– ‘Dios, ¿no es increíble?’”, ese uso de la palabra cierto es muy chileno. Muy bien, celebra, y me arrimo a la orilla de la cama para serle útil como antes: traduzco todos los diálogos que le faltan. No me agrega a los créditos. Antes de que apague la computadora me regreso a mi lado de la cama y me acuesto boca arriba, entrelazo las manos sobre mi estómago. Dejo pasar la última oportunidad que tengo para decirle que la he extrañado sistemáticamente y que le perdono que me haya huido. Me doy la vuelta hacia mi borde de la cama y me prometo no acercarme a su cuerpo en toda la noche, no rebasar el límite del mío. ~

Elvira Liceaga
Ciudad de México en 1983. Es escritora y conductora de un programa de radio cultural todos los sábados a las 12:00 hrs. por RMX, de Imagen Radio. Actualmente vive en Nueva York.

 

Entrevista a BETINA GONZÁLEZ («Las poseídas»)

Una chica nueva, Felisa Wilmer, ingresa en un colegio religioso para niñas en la zona norte de Buenos Aires. Recién llegada de Londres, Felisa se convierte en el centro de atención por su actitud rebelde y su mal comportamiento, rodeada además por el aura «poética» que le dan sus aficiones artísticas, su perfecto inglés y su carácter tan impenetrable como independiente. Al menos así la ve López, la narradora, que no tardará en hacerse amiga suya. Las dos chicas viven entre las leyendas más o menos escabrosas que se cuentan en voz baja sobre el pasado del colegio, y algunos «peligros» más reales que se encuentran en sus cercanías. Pero poco a poco López irá descubriendo la historia de Felisa, que vive con su abuela después de la muerte de su madre en un accidente, y las razones de su comportamiento excéntrico y suicida, como si estuviera «poseída» por personas de su entorno.

Betina González (Buenos Aires, 1972) es doctora en literatura latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh y actualmente es profesora en la Universidad de Buenos Aires, donde trabaja como investigadora en el área de nuevos medios y literatura y, entre otras cosas, enseña escritura creativa y semiótica de los géneros contemporáneos. En 2006 ganó el Premio Clarín de Novela con Arte menor, su primer libro, y ese mismo año el Fondo Nacional de las Artes de Argentina distinguió Juegos de playacon el segundo premio del Certamen Nacional de Libros de Cuentos. En Las poseídas, merecedora del VIII Premio Tusquets Editores de Novela, el jurado ha valorado «la destreza con que la autora teje una trama que combina géneros y elementos diversos, la recreación poco complaciente del despertar sexual de la adolescencia y su actitud desafiante ante la herencia de los adultos».

J.K. Rowling publicará nuevas historias de Harry Potter

El nuevo material saldrá a la luz entre el 12 y el 23 de diciembre en su página web

LONDRES, INGLATERRA (DIC/2014).- La escritora británica J.K. Rowling publicará material nuevo de Harry Potter cada día entre el 12 y el 23 de diciembre en su página web como regalo para los admiradores.

La escritora hizo el anuncio este lunes en Facebook y aclaró que el material se publicará cada día a partir de las 13:00 GMT (7:00 hora local) en su página web Pottermore.com para aquellos fans que resuelvan una adivinanza.

El niño-mago que protagonizó una de las series literarias más populares de la historia ha ido apareciendo esporádicamente en la página web de Rowling desde su última entrega en 2007, pero no hay planes para una nueva novela.

Las aventuras de Harry Potter vendieron más de 450 millones de copias en todo el mundo y las películas recaudaron siete mil millones de dólares (cinco mil 700 millones de euros) en entradas.

“Y, sin embargo, es un pañuelo”, de Jaime Muñoz de Baena

(El booktrailer está dirigido por Darío Giordano, con Andrea Ortega Lee (Manchita), Pablo Araiza e Isaac Toussier. Lo compartimos directo desde el canal del libro en Youtube)

Y, sin embargo, es un pañuelo, libro ganador del Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2014, reúne veinte cuentos que mezclan y parodian diversos géneros; desde el drama hasta el policíaco, de los pasajes bíblicos a las teorías de conspiración. Un sacerdote maya antiguo que se ha quedado sin modelos para continuar con el calendario, un burócrata malvado que busca dominar el mundo con el trámite más largo de la historia y un indigente que gracias a la sección financiera del periódico se ha convertido en un prodigio de la economía son sólo algunos de los personajes que comprenden este libro cargado de humor absurdo y surrealista.

Un adelanto:

 

El satánico Dr. Godínez

El espía internacional Jaime Bondurrieta abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba inmovilizado por completo, atado de pies y manos a una silla de plástico. Analizó el lugar en el que se encontraba: era una pequeña oficina de no más de dos metros de largo y dos de ancho; frente a él había un escritorio café de madera falsa cubierto de documentos y fólderes amarillos.

Del otro lado del escritorio, mirándolo fijamente a los ojos, estaba un hombre regordete y calvo. Vestía una camisa de manga corta color mostaza, de la cual pendía un gafete enmicado en el que se leía: “Satánico Dr. Godínez”.

—¡Ah, señor Bondurrieta! —exclamó el doctor Godínez dándole un trago a su Boing de guayaba—, por fin lo tengo en mis manos y le advierto que esta vez no hay escapatoria.

—¡Nunca se saldrá con la suya, malvado doctor Godínez! —replicó furibundo Bondurrieta mientras forcejeaba para liberarse de sus ataduras.

—Me temo que ya lo he hecho, señor Bondurrieta, y no hay nada que usted pueda hacer para detenerme. Por fin, después de años de planeación, tengo el destino de la humanidad a mis pies. El mundo se doblegará ante mí cuando vea el poderío de mi arma secreta: ¡el trámite burocrático más largo y tedioso de la historia de la civilización!

—¡Es usted un psicópata, malvado doctor Godínez!

—No, señor Bondurrieta, soy un visionario. Y como para mandarlo matar primero necesito entregar unas fotocopias, y los de papelería no regresan de comer hasta las cuatro, permítame mientras tanto compartirle mi visión.

—Su visión es la de un desquiciado. Yo podré morir hoy aquí, pero el resto de la humanidad nunca permitirá que un tirano como usted los domine.

—Su inocencia me conmueve, señor Bondurrieta; no se da cuenta de que en este mismo momento mi plan ya ha entrado en acción. ¡Filas interminables de personas se están formando en todo el planeta! ¡Toneladas y toneladas de papeles, fotocopias, fotografías tamaño infantil, tamaño postal y tamaño credencial; certificados de secundaria, primaria, kínder y guardería; pasaportes, cartillas de vacunación, cartillas militares, todas con sus respectivas copias por triplicado, archiveros, fólderes! ¡Mi ejército de burócratas es implacable y completamente inútil! ¡Cada uno de mis soldados está genéticamente modificado para no tener criterio ni sentido del humor! ¡Oficinas en las principales ciudades del mundo! Pasillos hasta con quinientas ventanillas diferentes…

—¡Me enferma escuchar semejantes atrocidades, malvado doctor Godínez!

—Y a mí me enferma que continúe entrometiéndose en mis planes, señor Bondurrieta. Pero ésta fue la última vez que interfirió con mis proyectos de dominación global. Antes de morir, va a ir a formarse en la ventanilla seis que está en el cuarto piso. Ahí le van a entregar una forma de veinte páginas que va a tener que llenar a máquina para después sacarle cuatro fotocopias. Esas fotocopias las entrega en el piso siete junto con cuatro copias más de un comprobante de domicilio, acta de nacimiento original, acta de bautizo, credencial de elector y sus últimas cinco boletas de calificaciones de preparatoria. Después va a esperar de cinco a diez días hábiles hasta que capturen toda la información y se va a presentar en mi otra base secreta, en Cuemanco, para que lo ejecuten los asesinos de allá, porque los de aquí están en paro laboral. Eso sí, le recomiendo que vaya antes de las once de la mañana para que no le toque tanta cola.

—¡No! ¡No puede hacerme esto! —gritó Bondurrieta con desesperación—, mis compañeros vendrán por usted tarde o temprano.

—Pues aquí los estaré esperando, de lunes a viernes de diez de la mañana a cinco de la tarde.

Acto seguido, el doctor Godínez se levantó y comenzó a empacar sus cosas.

—Ahora, si me disculpa, tengo que ir a una reunión del sindicato y no puedo llegar tarde…

—¡Es usted un degenerado! ¡Algún día se hará justicia!

—¡Margarita! ¡Lleve aquí al señor a que empiece su trámite!

—¡No por favor! ¡Se lo ruego! Écheme la mano y le paso una lanita.

Al escuchar esto, el doctor Godínez se detuvo en la puerta de su oficina y por unos instantes pareció recapacitar. Finalmente, volteó y con una diabólica sonrisa exclamó:

—¡Hasta nunca, señor Bondurrieta!

 

‘Un final perfecto’ de John Katzenbach

Un final perfecto de John Katzenbach

Apenas unos kilómetros de distancia separan a tres mujeres que no se conocen entre sí. La Pelirroja Uno es una doctora soltera de cerca de cincuenta años; la Pelirroja Dos una profesora de escuela en la treintena y la Pelirroja Tres una estudiante de diecisiete años. Las tres son vulnerables. Las tres son el objetivo de un psicópata obsesionado por demostrar al mundo quién es él en realidad. Ahora que se acerca al final de su vida, necesita llevar a cabo su obra de arte final. Crímenes que serán estudiados en las universidades, de los que se hablará durante décadas. Crímenes perfectos.

El asesino les dice a las tres mujeres que va a matarlas. No saben cuándo ni cómo ni dónde. Sólo saben que él está ahí fuera, cada vez más cerca. Que lo sabe todo sobre ellas. Que las ha seguido durante meses. Y que ahora va a comenzar un terrible acoso psicológico que las empujará paso a paso hacia la muerte.

Como si nadaran entre tiburones, no saben si el peligro está delante o detrás de ellas, si está cerca, si está lejos, si deben seguir nadando o si es mejor quedarse quietas, si deben unirse o actuar por separado… Sólo tienen dos salidas: esconderse y esperar, o luchar e intentar ser más listas que su depredador. ¿Conseguirán las tres mujeres cambiar el final del cuento, o serán devoradas por su peor pesadilla?

John Katzenbach nacido en Princeton (Estados Unidos), en 1950, es un periodista y escritor que también ha trabajado como guionista en películas basadas en obras propias.
Estudió Periodismo, ejerciendo profesionalmente como reportero de asuntos criminales en The Miami Herald y Miami News. Ha colaborado también en The Philadelphia Enquirer, The Washington Post y The New York Times. En el año 1987, abandonó el periodismo para dedicarse a la literatura exclusivamente. Es autor de novelas dentro del género del suspense psicológico.
Como escritor alcanzó la popularidad con El psicoanalista (The analyst, 2002) y La historia del loco (The madman’s tale, 2004). Varias de sus novelas han sido llevadas al cine, encargándose él mismo de realizar el guión.
Ha sido nominado a dos premios Edgar, por Al calor del verano (In the heat of the summer, 1982) y La sombra (The shadow man, 1995).

«Collage de historias» de Lorena Lacaille

“Collage de Historias”

!Muy buenos dias queridos lectores! Hoy 4 de diciembre tengo el beneplácito de compartirles la noticia de que mi libro “Collage de Historias” ya esta a la venta únicamente en formato electrónico (o digital) por el momento. En la siguiente sinopsis podrán leer más acerca de la temática de esta colección de cuentos. Así mismo, les agrego el enlace de publicidad en el cual podrán ver los distribuidores digitales (Apple store, Amazone, Kobo, Barnes&Noble y google), en los que esta disponible y así escoger el que mejor les convenga. Y ya que estamos en la recta final del año aprovecho para desearles una muy !Feliz Navidad! en compañía de sus seres queridos y un 2015 lleno de bendiciones, de prosperidad y armonía.
Sinceramente

Lorena Lacaille
Sinopsis:
«Collage de historias» es una colección de diez cuentos cortos sobre inmigrantes que llegaron a vivir a la ciudad canadiense de Montreal. En dichas historias ellos nos comparten todos los vericuetos que pasaron para poder establecerse, como viven y sienten el exilio voluntario e involuntario, nos comparten sus penas y sus alegrías.

Fuente:http://www.amazon.com/Collage-historias-Spanish-Lorena-Lacaille-ebook/dp/B00PSGYLNS/

A través de los relatos viajamos la mayor parte por diversos países de América latina pero en el cuento “Tertulia en un café” damos un salto vertiginoso hasta Siria de la mano de Randa y el drama de su guerra civil. También conocerás de manera sucinta la cara del crimen organizado en la belle province (Quebec) en el cuento “mi amigo Marc Angels” y como Irving un ingenuo mexicano se convierte en forajido. ¿Y creen en las premoniciones? Sino tal vez el cuento “Già visto” protagonizado por Alfredo García Coaquira un boliviano que con sus peculiares experiencias oníricas seguramente les hará cambiar de opinión. Y mejor les dejo de contar, y los invito a leerlos, que tengan ¡una buena lectura y buen viaje!

Enlace de publicidad: http://osmora.com/libreria/ebook/collage-de-historias

Pérez-Reverte dicta en la Fil el epitafio de Europa

Si los continentes pudieran tener epitafio, el de Europa lo puso ayer Arturo Pérez-Reverte en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

El académico y novelista presentaba su versión del Quijote para jóvenes, y alentó a la lectura de la obra de Cervantes como un estímulo para alcanzar el entusiasmo y la fe en que las cosas se pueden cambiar.

“Al fuego que viene”, dijo Pérez-Reverte, “le ayudará leer el Quijote”. La obra cervantina, que él ha adaptado para que los escolares y los jóvenes la puedan leer con más facilidad, es un testimonio literario que reclama la igualdad. “A los luchadores por la igualdad les da un nuevo marco ideológico más noble”.

Pérez-Reverte se mostró muy pesimista con respecto al futuro de Europa, y declaró su confianza en el porvenir de América. Dijo, dictando ese epitafio sobre el continente en el que nació: “Europa es un cadáver. Y América está viva”. Añadió el autor de El capitán Alatriste: “Estamos en el final de un mundo. Ustedes [los latinoamericanos] son el futuro del mundo. Más vale que lo peleen bien. Algunos les aplaudiremos”.

El Quijote, explicó el escritor, habla al lector de hoy. Su trabajo adaptándolo persigue poner a disposición de los chicos de todo el mundo hispanohablante un instrumento para entender mejor los valores de la obra de Cervantes. La edición ha sido patrocinada por la Academia de la Lengua, según un mandato del Gobierno… hecho hace más de cien años.

 

El secretario de la Academia, Darío Villanueva, explicó que, en efecto, hace 102 años el Gobierno de entonces instó a la Academia, asistida de un catedrático y del director de la Biblioteca Nacional, a que hiciera una edición de estas características. “Hemos tardado, pero ahora nos hemos quitado la espina”. A lo mejor, explicó Villanueva, “ha sido preciso esperar a que alguien como Arturo Pérez-Reverte fuera quien adaptara esta gran obra tan decisiva en la historia de la literatura”.

En el proceso de adaptación de esta edición del Quijote, que ha sido publicada por Santillana, Pérez-Reverte explicó que contó con el apoyo de un experto, Carlos Domínguez Cintas, que revisó los textos y actuó de coordinador editorial. El resultado de este trabajo de apoyo al académico ha sido “un libro muy limpio, una herramienta muy útil para entender el Quijote y, por tanto, para entender el mundo que describe”.

El mundo es otro, pero los grandes problemas se parecen, así que esta herramienta “puede ser muy útil para que los jóvenes tengan acceso a los valores que el Quijote promueve”. La representante de Santillana en la presentación, Rosa Junquera, explicó que “esta que aparece es una obra necesaria, que cubre un hueco” detectado hace más de un siglo. “Será una edición escolar de referencia, hará accesible a los jóvenes la literatura del Quijote con la misma eficacia con que Pérez-Reverte les contó la historia a través de la serie de El Capitán Alatriste”.

El Quijote es mucho más que un libro. Según Pérez-Reverte, “ofrece apoyo y consuelo en estos tiempos en que se reclama justicia, cuando las patrias y los sistemas están en cuestión”. El texto cervantino es un gran patrimonio de la lengua, “y la lengua es la única patria que no está puesta en cuestión. Es la única patria por la que es decoroso vivir. Todas las banderas son más o menos sospechosas. Y el Quijote es una bandera fuera de toda sospecha”.

La importancia del Quijote como elemento educativo y civil es tan alta “que da vergüenza que España y México sean de los seis países en los que no se ha sentido que esta obra sea de obligatoria enseñanza y de obligada lectura”. Es “una herramienta formidable para los jóvenes”. El mandato de la Academia, que ha seguido Arturo Pérez-Reverte “con pasión y talento de novelista” (dijo Villanueva), era conseguir que el Quijote se pudiera leer de corrido… “Y se ha conseguido; había que ofrecer a los estudiantes la posibilidad de moverse por esta obra de manera fluida”.

La de la Fil es la primera presentación que se hace de esta edición del Quijote. Coincide con los actos del tercer centenario de la Academia Española de la Lengua que están teniendo lugar en la feria internacional del libro más grande del mundo hispano. La ocasión le permitió a Pérez-Reverte reiterar su descreimiento de Europa y su ya conocida pasión por América, adonde acude con sus libros desde que empezó a publicar. “Europa está muerta”, dijo el autor de El pintor de batallas. “El futuro del español está aquí, en Latinoamérica”.

Entrevista y los 4 libros básicos de Juan Goytisolo

Pese a ser una figura clave de las letras en castellano, Juan Goytisolo no siempre ha sido bien visto en España. El narrador, poeta y ensayista, es un crítico de la negativa de la sociedad de su país por reconocer su herencia árabe. Vivió exiliado en Paris a causa del franquismo y tiempo después hizo de Marruecos su casa, por decisión y voluntad propia.
Estilista consumado y profundo defensor del derecho a la diferencia, el español ha cultivado una literatura cercana a la indagación en su historia cultural y personal. A continuación ofrecemos una hoja de ruta para navegar sin perderse dentro de su trabajo.

4 libros básicos de Juan Goytisolo

Reivindicación del conde don Julián. Alianza.
El español explora con el lenguaje y las formas. Su aproximación personal a la figura del conde godo que abrió la puerta de la Península a los árabes se traduce en una novela que es a la vez instrumento y testimonio literario de una valiente toma de postura, de una ruptura con las referencias y mitos creadores de la propia experiencia orientada a clausurar una vía y emprender un nuevo camino tanto en el ámbito intelectual como en el de la creación.

Señas de identidad. Alianza.
Primera novela de la trilogía que habrían de completar Reivindicación del conde don Julián y Juan sin Tierra. El libro vio la luz en 1966, primero en México que en España, durante su periodo de exilio en Paris y supuso un hito en la novela española. Centrada en torno a la figura de Álvaro Mendiola -español en constante debate interno por su condición de tal- e inspirada por planteamientos sumamente innovadores, en ella Juan Goytisolo abordó con audacia la exploración de nuevos cauces narrativos, combinando con maestría las constantes referencias autobiográficas y las andanzas del protagonista, la crítica social y el análisis del hecho literario.

Coto vedado. Alianza.
Publicado en 1985, constituye, junto con su continuación –En los reinos de taifa-, uno de los mejores textos que ha dado el género autobiográfico en España. A lo largo de sus páginas, el autor se entrega a un discurso en el que acontecimiento y vivencia se amoldan a la perfección, dando la medida exacta del itinerario de la evolución vital, el tono justo de un paisaje en el que espíritu y acción se complementan. Escrito con rigor, este texto memorialístico constituye, en suma, aparte del valioso testimonio y evaluación de una época marcada por la Guerra Civil y la dictadura, una lúcida reflexión acerca de la existencia.

De la Ceca a La Meca Juan Goytisolo. Alfaguara.
Libro que reúne los guiones de una serie para Televisión Española, donde el autor realiza Una reflexión profunda y apasionada sobre la cultura islámica. Se adentra con notable sencillez en sus alcances, posiciones y riqueza histórica. La obra es, sobre todo, un estudio de la diferencia del derecho a ser distinto.

Entrevista a Juan Goytisolo

 

 

 

Fuente: Aristeguinoticias/libros